Bryce Echenique, Alfredo

Biografia

Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939). Va graduar-se en Dret l’any 1963 i en Lletres (Literatura) el 1964 a la Universitat Nacional Mayor de San Marcos, amb una tesi titulada “Función del diálogo en la narrativa de Ernest Hemingway”. A final del mateix any va viatjar a Europa per seguir cursos a la Universitat de la Sorbona, on va obtenir sengles diplomes en Literatura Francesa Contemporània i Clàssica i va preparar una tesi doctoral sobre literatura. Ha estat professor d’història i literatura llatinoamericanes en diverses universitats franceses (Nanterre, Sorbona, Vincennes i Montpeller). L’any 1975 va obtenir la beca Guggenheim per a escriptors i va començar a col·laborar en el suplement cultural del diari “El Sol” de Mèxic. El 1984 abandona França definitivament i trasllada la seva residència a Madrid. Des de llavors, col·labora habitualment en diversos mitjans de comunicació, com els diaris “El País” i “ABC”. Ha estat guardonat amb el Premi Nacional de Narrativa 1998 per l’obra Reo de nocturnidad.

Obra

La vida exagerada de Martín Romanyá

Documentació

Entrevista publicada a “El País” el 22/10/05 per Fietta Jarque

“Yo me hice Alfredo Bryce en Europa. En Perú fui siempre sólo el hijito de papá”

Leer a Bryce Echenique es como conversar con él. Hablar con él es como leer uno de sus libros. Le gusta detenerse en anécdotas y, a poco que la conversación lo propicie, es capaz de volver a relatar lo mismo pero siempre con nuevos matices, más exagerado, más gracioso, renovado. Con ese don para “recontar” sus recuerdos, podría uno esperar mucha fantasía en sus textos autobiográficos. Debe haberla, pero subyugada por cierto deber de exactitud. En el segundo tomo de sus “antimemorias”, el escritor peruano centra buena parte de sus recuerdos en el último -el “definitivo”- de sus retornos a Perú, en 1999, cuando quemó las naves europeas dispuesto a reencontrar sus raíces. Pero todo había cambiado y la realidad se le mostró con un rostro insoportable que le hizo regresar e instalarse en Barcelona. Ahora comparte su tiempo entre ambas ciudades. Permiso para sentir es quizá su libro más realista y no por ello el menos novelesco.

PREGUNTA. Éste es el segundo tomo de sus “antimemorias”. ¿Ha sido usted lector de autobiografías y memorias de escritores?

RESPUESTA. Sí, he leído muchos libros de memorias e incluso el término de “antimemorias” lo tomé del libro de André Malraux, que se refería a que, según el psicoanálisis, la introspección produce tales monstruos del recuerdo, tales asociaciones, que hacen de lo que solíamos llamar memorias un género caduco. Yo tomo eso un poco a broma, aunque cito el origen. He leído las memorias de Corpus Barga, muchas también de exiliados españoles, las de clásicos como Montaigne, La Rochefoucauld, Chanfort, textos autobiográficos de Camus. El género me ha fascinado siempre. De ahí que tenga, al empezar este libro, una antología de citas acerca de las memorias, para guiar un poco al lector sobre mis intenciones.

P. Lo preguntaba por el planteamiento literario que le supuso adoptar este tipo de texto: ¿qué contar, qué omitir, hasta qué punto ser sincero? En muchas autobiografías el lector nota cuándo el autor miente, disimula, silencia.

R. Empecé a escribir estas antimemorias a los 41 años, hace unos 15. Casi todas las personas de las que hablo están vivas y he contrastado muchas cosas con ellas. Puedo citar el caso de Julio Feo, que fue secretario personal de Felipe González, en una época muy divertida de mi vida que terminó con la gran desilusión que fue para mí Cuba, cuando fui a vivir allí. Eso terminó, no he querido volver. Bueno, en una ocasión hicimos un viaje por mar, por los cayos de Florida, con Felipe González, Fidel Castro -que se metía en unas discusiones impresionantes-, García Márquez, el pintor Guayasamín y Javier Solana. Pasado un tiempo, cuando Julio Feo dejó de ser secretario de Felipe, publicó un libro de memorias por la misma época en que yo lo hice también. Habíamos conversado para puntualizar algunos recuerdos de ese viaje, los dos relatos eran exactos, sólo que él destacaba el aspecto político y yo el humano: las virtudes y defectos, lo sublime y lo ridículo de los personajes, como las piernas delgaditas de ese gigante que es Fidel. Un gigante con pies de barro, como su revolución. Julio tuvo un problema grave, alguien lo llevó a los tribunales. Yo no tuve ninguno. Incluso, lo mío no se prohibió en Cuba por esas genialidades de loco que tiene Fidel, que dijo: “Los libros a favor de Cuba los pago yo (entonces el KGB), los anticubanos los paga la CIA; el libro de Bryce lo ha pagado Anagrama y este tipo lo ha escrito con mucho amor, no por la revolución, pero sí por la gente”. Es curioso, yo me alejé de su política, pero él no prohibió mi libro.

P. ¿No ha tenido problemas por algunas de las críticas que hace en su libro?

R. Un amigo escritor, que presentó el libro en Perú, me ha informado que la universidad para la que estuve trabajando en Lima estaba consultando abogados para demandarme por cosas que escribí sobre ellos. Al final no hubo juicio y, más bien, han empezado una serie de mejoras que yo recomendaba en mi libro. No dije nada que no fuera verdad.

P. Lo que hace son relatos y reflexiones, no ajustes de cuentas.

R. He visto con frecuencia que algunas autobiografías estaban escritas por gente muy mayor cuya memoria era un cementerio literalmente. Y muchas veces para atacar a alguien, para venganzas casi de ultratumba, o para justificarse. Las distinciones que hacía Pablo Neruda, ya enfermo, del Guillén bueno y el malo, no son en el fondo recuerdos sino arreglos de cuentas. Y el otro no puede responder porque ya no está ahí. Se combina, en el caso de Neruda, con relatos de cosas maravillosas, como el recuerdo de García Lorca en la Residencia de Estudiantes y dice de él que “su persona era morena, delgada y trae la felicidad”. Nunca lo olvidaré porque eso me hizo inventar al personaje de Octavia de Cádiz.

P. Al igual que en el primer tomo de sus “antimemorias”, en éste empieza por querer atrapar fragmentos dispersos de su pasado, antes de que se esfumen y empiece a dudar de los detalles.

R. Ya decía Virginia Woolf, que “nada es verdad hasta que la memoria no lo retiene” y se refiere a todo lo que se puede escapar. La primera parte, en ambos volúmenes, se llama Por orden de azar: los recuerdos como vienen, sin cronología. Ésas son las primeras partes. Incluso en este volumen me he permitido precisar el nombre y apellido de una persona que he querido mucho, y no quise herir. Muerta ella, ya la menciono porque su destino está cumplido.

P. Quizá se siente que ya está de vuelta de todo. Dice claramente, con nombres y apellidos, cosas poco agradables de personas que están vivas. Ha perdido el pudor.

R. Es cierto. En la primera ya se tratan varios temas (Cuba, la izquierda latinoamericana y mi relación con ella durante casi treinta años), lo que establece cierta cronología. En esta segunda parte, hablo más de mi regreso a Perú, pero empiezo a contarlo desde 1972, que fue mi primer regreso después de ocho años en Europa; el segundo regreso fue en 1977. En este tomo empiezo con mucha ironía para quitarle peso a algunas opiniones. El capítulo de mi último regreso a Perú tiene un título en italiano, tomado además de un cuento de Hemingway, Che te dice la patria?, es para desdramatizar. Como para decir: no nos pongamos trágicos, voy a contar cosas crueles pero también otras tiernas, divertidas, no voy a renunciar a ponerme en ridículo yo y otras personas. Y baja el tono más aún cuando empiezas diciendo: “Yo siempre tuve una cierta tendencia a regresar a Perú, aun antes de salir la primera vez”. Ese título y esa primera frase a mí me liberaron. Después la escritura fluyó. No sabes cuánto tiempo tuve miedo de decir mis verdades, costase lo que costase. Por primera vez tenía toda la documentación necesaria, toda la correspondencia con mi madre y la de muchos amigos entrañables, de distintas tiendas políticas además.

P. El primer tomo (Permiso para vivir) era quizá más sentimental, y éste, pese al título (Permiso para sentir), parece más vivido.

R. La primera parte fue un balance, sobre todo de mi vida en Europa. En este libro, el balance ha sido más urgente: ha sido el Perú al que volví después de 35 años. Nunca preparé nada tanto como ese regreso. Nunca fui tan organizado, nunca terminé tantos proyectos, ni libros, ni di tantas conferencias para poder hacerlo. Pero siempre falla algo. No se puede conjugar el dolor… ni la felicidad tampoco. Porque también hay momentos de intensa felicidad en esa etapa, incluso laboral. Petroperú me contrató para dar conferencias en universidades y colegios de todo el país donde me quedaba yo seis y hasta ocho horas con esos muchachos, que son la riqueza de Perú. Eran viajes perfectos y felices. En lo íntimo y personal está la construcción de mi casa, una casa hecha para reunir gente: un día la familia, otro los pintores, los escritores, otro los amigos del colegio, los de la universidad.

P. Una casa para reconstruir las piezas de su pasado.

R. Sí, incluso la casa nace de una historia de amistad. Yo tenía este amigo de la infancia, Jaime Dibós, y un día su padre me dice delante de él que en algún momento se había quedado con dinero de mi padre al hacerle mal las cuentas del banco. Lo dijo de paso, como en broma, pero a mi amigo le creó un sentimiento atroz y durante años me dijo que tenía para mí un trozo de tierra en una zona residencial que él estaba urbanizando. Ahí empezó a construir la casa y tuvo que dejarla a medias cuando secuestraron a su hija, luego, cuando se termina de construir, me raptan a mí, uno de esos secuestros express, algo estúpido, feroz, cruel y aterrador. Todo eso hizo que la realidad fuera muy violenta para mí y eso se sumó al tremendo problema de que me equivoqué de barrio. Yo debí volver a mi San Isidro natal o en todo caso a Miraflores, donde vivía mi esposa. Ella, al final, fue mi salvación, ella me botó de Perú, con el riesgo propio que eso implicaba.

P. Julio Ramón Ribeyro solía decir que usted tenía “una relación dramática con la realidad”. Sigue sin gustarle la realidad, pero escribe más con los pies en la tierra.

R. Sí, quizá. A lo más hay ironía, el dolor lo vivo yo. Hay crítica, por ejemplo, en el caso de la educación en Perú, cuando por el mero afán de lucro deja de tener ese carácter. Pero también cuento mil anécdotas divertidísimas.

P. Lo que sigue siendo de lo más importante para usted es la amistad.

R. La amistad es un eterno presente. Pero también es una práctica casi como una religión. La amistad es la religión en la que yo creo. Que no incluye tan sólo hombres, sino también a mis primeros amores y a mi esposa. Es un don y hay una reciprocidad, que es lo bonito.

P. Políticamente no es que haya sido neutral, pero tampoco ha estado ligado a ningún tipo de conducta partidista. Al cabo de los años parece haber sido la actitud más sensata.

R. Los políticos son los responsables de la situación del país. Mis juicios han sido más que nada morales, éticos, muy pocas veces he tomado alguna postura. Cuando lo hice, a la larga tuve razón. No apoyé abiertamente a Vargas Llosa cuando fue candidato. En esa época en España nadie me preguntaba por mis libros sino por Mario, el político. Tuve algún problema con él porque escribí un artículo en el que mencionaba algo que había estado oyendo en el entorno de su partido. Algo que se resumía así: “Como en este país de mierda no podemos poder tener ni un Pinochet, tenemos que votar por tu amigo”. ¡Ése era su electorado! Gente que quería un Pinochet. Gana Fujimori y al día siguiente Vargas Llosa es el hombre más traicionado de Perú. Mario se ofendió mucho con esa frase, pero al cabo del tiempo él mismo escribió en otro artículo: “Ahí tienen el Pinochet que querían”. O sea, que me dio la razón.

P. Menciona en un momento esa “paz separada” que mantiene con su país.

R. Emocionalmente estoy satisfecho. Han pasado cosas horribles, aunque hubiera preferido que se condenara más a los delincuentes de Fujimori, al presidente Toledo le ha faltado pulso ahí. Casi todo lo hizo Paniagua en los pocos meses que estuvo en el Gobierno. Toledo ha sido más hábil en lo económico y deja un país con la economía muy saneada. No se le quiere por diversas razones y porque para muchos sigue siendo “un cholo”. Finalmente creo que nunca más me sentiré responsable del millón ciento cuarenta mil kilómetros cuadrados de Perú. Ya acabó. Mis ilusiones se desenvolverán siempre entre mis afectos privados, que son los que han triunfado siempre por encima de cualquier tipo de idea. Y en este sentido estoy contento porque el balance ha sido muy positivo y creo que, y voy a citar a Vargas Llosa, “Perú se ha vuelto para mí sólo ciertos paisajes y ciertos amigos”. Ése es mi Perú. Volver de esa manera fue un error. No te puedes lavar el amor por Europa con agua y jabón. Después de todo, yo fui Alfredo Bryce aquí. Allá fui el hijito de papá.

Article publicat a “El País” el 16/10/02 per Enrique Vila-Matas

Ese Bryce que andaba por ahí

Han pasado cinco años desde la última vez que le vi. Por aquellos días, él se despedía de Europa para irse a vivir a Lima para siempre. Volvía a su ciudad, me dijo, para buscar calzoncillos en Miraflores y bañarse en la playa horrible de Lima. ‘¿Y Europa?’, le preguntó Paco Jones, un viejo amigo común. ‘Me voy de Europa para poder estar finalmente en ella’, respondió Bryce. No exagero si digo que tras la respuesta nos pusimos a llorar por vocablos, llorando de verdadera risa. Aquel día de la verdadera risa nos borramos como niños y nos convertimos todos en Julius. Aquel día de hace cinco años fue el último en que le vi. Nadie aquel día dijo que el Planeta es un premio lamentable y que más lo es todavía ver cómo cada año, cuando llega la fecha fatídica, los medios de comunicación confunden, cada vez con mayor alevosía, mercado con creación, eliminando lo literario. Y todo porque dan más dinero que en otros premios y la entrega del premio sale en las revistas del corazón y porque la gente cree que es lo mismo Isabel Allende que Onetti, el doctor Cabeza que Julien Gracq. Es la gran fiesta de los emisarios de la nada, la de los falsos escritores. Este año, en cualquier caso, ha sido una excepción porque ha ganado un autor que, a diferencia de muchas anteriores ediciones, está relacionado realmente con lo literario, y ya hay quien dice que habría incluso que agradecer que esto haya pasado. Es también la gran fiesta de los directores de departamento, de los líderes del mercado, de los equilibristas del marketing, de los licenciados en economía, de los enemigos de lo literario. Pero aquel día de hace cinco años, como es lógico, no tenía sentido hablar de todo esto, porque andábamos de despedida. Aunque, a decir verdad, algo de esto sí que hablamos, pues recuerdo que Bryce citó a aquel aventurero de Conrad que decía que, como vivíamos en un mundo homicida y desesperantemente mercantil, él creía que su mayor deber consistía en aprovechar al máximo las oportunidades que le brindaran.
Recuerdo que aquel día queríamos tanto a Bryce que fuimos tantas veces Pedro como fue necesario y acabamos siendo todos reos de su nocturnidad. No queríamos esperarle en un abril incierto, pero le pedimos que si volvía alguna vez a Barcelona lo hiciera en abril, nunca en septiembre. ‘No me esperen en diciembre’, dijo. Ha sido en octubre cuando ha vuelto, dicen que para quedarse a vivir aquí, para estar de nuevo en esta Barcelona, que vuelve a ser lugar de encuentro de una literatura latinoamericana de la que Bryce es uno sus escritores más sutiles y divertidos, pues maneja como pocos la ironía, la nostalgia, el humor, la ternura y una aguda visión de lo real. Ha vuelto en octubre y lo ha hecho con ese famoso manuscrito que llevaba ya varios años andando por ahí, siendo favorito de no se sabía cuántos premios en los que no había participado, hasta que por lo visto, no hace mucho, decidió darlo por terminado, ilustrando su decisión con un gesto duro, con aquel tipo de movimiento tan serio del que hablaba Capote cuando decía que acabar un libro es como sacar a un niño fuera y pegarle un tiro. Y el tiro, desde luego, se lo ha pegado.

Entrevista publicada a “El Mundo” el 10/09/2001 per Pilar Ortega

Desde que se marchó definitivamente a su Perú natal, nunca se sabe muy bien dónde está Alfredo Bryce Echenique. Hasta sus amigos de siempre lo desconocen, pero le imaginan en algún lugar de Europa. Es en un viaje relámpago con destino a El Escorial donde el autor de Un mundo para Julius revela que está escondido en Las Palmas, que es allí donde da las últimas pinceladas a su próxima novela, porque esa isla le da la paz necesaria para escribir. Aparece como una exhalación, pero se las ingenia para volver la vista atrás, nada menos que 20 años, y recordar, sin aviso previo, el proceso de gestación de La vida exagerada de Martín Romaña, una novela que escribió, entre 1978 y 1981, en escenarios tan diversos como Málaga, París, Théule-sur-Mer, Sant Antoni de Calonge, Saint Raphaël y Montpellier.

– Demasiado trasiego para trenzar una historia tan compleja.
– Cuando la empecé a escribir andaba muy enredado, pero fue en Montpellier donde más la trabajé. Antes de acabarla, me llamó Carlos Barral desde Barcelona y me dijo: «Alfredo, ¿tienes novela? La publico». El no sabía que era tan larga.
– ¿Cuánto hay de Bryce Echenique en Martín Romaña?
– Está mi mirada de entonces, una mirada irónica, abierta, comprensiva y tierna en la que no cabía el desprecio, ni el escarnio, ni la burla. Martín Romaña, como yo, es un hombre que escribe porque quiere comprender, pero también revela la sensibilidad de aquellos años, del mayo del 68, de la politización de todas las actividades, de los latinoamericanos que jugaban al exilio, de la moda del Che Guevara, del boom de los charangos y las quenas…
– ¿Puede decirse que es la historia de su generación?
– Es un balance de lo que había sido mi vida y la de mi generación, bajo el foco del idealismo, de París, de la moda latinoamericana… Todo está en la novela bastante idealizado. Yo quise resaltar cómo el fanatismo político, en el caso de Inés de Romaña, triunfa sobre el cariño. Ella lo adora pero, por unas ideas y un partido político, lo abandona y lo traiciona y él se queda literalmente deshecho, triste.
– ¿Es entonces cuando se refugia en su cuaderno azul?
– Sí. Años después, Martín Romaña empieza a escribir en un cuaderno azul. Es un diario de navegación por las aguas tormentosas de París. Sin rencor, con humor y una mirada tierna al pasado, recupera su dignidad y vuelve a ponerse en pie. Hasta ese momento es un hombre caído. Pero al hablar y al contar lo que ha vivido logra hacer las paces con el mundo.
– ¿Cómo fue la redacción?
– Trabajé intensamente, siempre andaba escondiéndome para trabajar. Escribía hasta las dos de la madrugada y me olvidaba hasta de comer. No recordaba nada de tanto como me envolvía. Y cuando la terminé, sentí un enorme vacío, como si hubiera vivido con todos los personajes en mi casa.
– ¿Qué representa el sillón Voltaire que aparece en el primer párrafo del texto?
– Se convirtió casi en un personaje principal. Esta novela recibió en 1983 el premio a la mejor novela publicada en Francia. Vinieron a verme a mi piso y vieron que no tenía ningún sillón Voltaire. Nunca lo tuve hasta entonces, pero representa el viaje alrededor de mi cuarto, de mi país, de mi mundo… Y todo desde un sillón.
– ¿Había mucha añoranza de Perú en París?
– Yo nunca fui nostálgico, pero los latinoamericanos sí lo eran mucho. Yo me integraba. Era profesor, muy amigo de mis alumnos, salía con ellos, participaba de su vida y de sus fiestas, de su monotonía… Vivía intensamente y no me juntaba con latinoamericanos. Para eso, me hubiera vuelto a Perú.
– ¿Cómo era París entonces?
– Era un París alegre y movido. El Barrio Latino bullía y no tenía nada que ver con el barrio residencial de ahora. Entonces se vivía en cuartos de alquiler y los cafés estaban llenos de jóvenes. Era una ebullición nuestro París, nuestro barrio…, pero ya ha desaparecido. Ya no queda nada. Mi Guía triste de París es un homenaje a ese París que ya se ha ido.
– ¿Cómo consigue que brote el humor cuando no hay motivos?
– Uno no lo puede calcular. Es inevitable. Es el humor de mirada triste, un humor que mezcla la ternura con la tristeza. Hay que mirar la vida con humor, aunque ésta ofrezca una cara patética.
– ¿Es tan exagerada la vida de Bryce Echenique como la de Martín Romaña?
– La mía es más aburrida y disciplinada. La gente se defrauda al ver mi casa perfectamente arreglada y descubrir que soy un maniático del orden y la puntualidad.

Article publicat a “El Mundo” el 17/07/02 per Carmen Cardoso

«A la hora de escribir, la realidad me estorba»

Ha estado demasiado viajero últimamente, tanto que a veces se olvida del lugar en el que ha guardado la última novela en la que está trabajando, El huerto de mi amada. Quienes esperan la publicación del nuevo libro de Alfredo Bryce Echenique van a tener que esperarse, porque, según asegura, se encuentra «como una gelatina olvidada».
Lo tiene tan apartado que cuando se pone a buscarlo no encuentra ni los papeles que ya lleva escritos. «Tengo que ponerme con él», se repite para que no se le olvide, «voy a intentar terminarlo para diciembre». Pero no lo dice muy seguro.
Ayer, el autor de Un mundo para Julius acudió a los martes literarios de la Universidad Menéndez Pelayo y ofreció una auténtica lección de literatura, recordando los comienzos de su carrera, hace ya más de 30 años, cuando publicó su primer libro, Huerto cerrado, un conjunto de cuentos que recibió el premio Casa de las Américas.
«Desde entonces, lo que pretendo mantener en mi escritura es aquella máxima que decía uno de mis personajes, prolongar la adolescencia hasta que me sorprenda la muerte», dice Echenique, que sigue conservando un tono juvenil, irreverente y travieso.
«Cada vez», confiesa el escritor, «me resulta más difícil escribir, en eso sí que noto cierta madurez, y las ganas las recupero con trabajo. Pero en el momento en el que pienso una novela se produce un momento mágico».
Bryce Echenique no pertenece al grupo de escritores realistas que necesitan documentarse. «A mí la realidad me estorba, yo nunca miro el plano ni trazo los itinerarios cuando sitúo a un personaje en una ciudad», señaló, poniendo como ejemplo la génesis de la novela Reo de nocturnidad, que se sitúa en Montpellier.
«Estuve viviendo durante varios años en esa ciudad, y tiempo después me puse a escribir el libro, cuando ya residía en Madrid.Conservaba un plano y decidí consultarlo, pero cuando lo vi me molestó terriblemente, así que lo rompí, lo boté, y quise olvidar por completo la realidad. Inmediatamente empecé a hablar sobre el profesor Gutiérrez, y el paisaje salió de él».
Sus amigos le dijeron entonces que había inventado la ciudad de Montpellier, pero «es válida de todas formas, porque todo era verdad, incluso ciertos lugares que deberían haber existido», dice el autor, para quien la literatura nace de estímulos así, de motivos irracionales, más que de búsquedas.
«Sí que hay un cierto estado de gracia, como decía Graham Greene, ese momento fabuloso en el que los personajes comienzan a hacer lo que les da la gana. Son momentos felices, pero al día siguiente uno se traba. Ese es el desafío de la escritura», sentencia, recordando otro momento mágico que dio lugar a otra de sus novelas.

Instante de emotividad

«Estaba leyendo las memorias de Pablo Neruda, y en ellas describe a García Lorca con una pincelada: “su figura era delgada, morena y traía la felicidad”. Entonces me dije: Octavia de Cádiz, y decidí que quería hacer un personaje masculino con aquella descripción, y salió la novela El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz.Nació de ese instante de emotividad que me produjeron las memorias de Neruda».
Con esta explicación del desorden en la génesis de sus novelas, Bryce quiere mostrar el «desorden de la vida», porque no cree en las búsquedas racionales. Y utiliza como ejemplo a Alejo Carpentier, porque «uno siente cuando lee la primera línea que ya sabe cuál va a ser la última, y eso es una creación fría, sin imaginación».
Bryce confesó también que lleva más de dos meses sin leer el periódico, y ni siquiera quiere opinar sobre la situación en la que se ve inmersa su país. «Necesito continuidad, últimamente no paro», se lamenta. Y se ríe de los que dicen que desde el 11- S ha cambiado la forma de escribir. «Esas frases me encantan», dice irónicamente.
Todavía sigue siendo aquel escritor al que el éxito de Un mundo para Julius le dejó aturdido, tanto que necesitó durante mucho tiempo de una terapia psicológica. «Sigo siendo el mismo escritor al que le resultaba tan difícil serlo», afirma. Ahora intenta escaparse del éxito como puede, porque para él la felicidad es estar solo en una habitación de hotel escribiendo.
«Además, ¿qué es el éxito?», se pregunta. «Una vez estaba en un supermercado en Lima, cuando por los altavoces alguien dijo: “acá está don Alfredo García Vargas, autor de Julius y la ciudad de Macondo”, toda una mezcolanza de nombres. Y de repente acudieron muchas personas a pedirme que les firmara un autógrafo».
Bryce reconoce que cada cierto tiempo los escritores necesitan acercarse a la realidad. «Partimos de ella para contar tal cantidad de mentiras literarias, en el buen sentido de la palabra, que a veces nos perdemos un poco y nos gusta trazar nuestro itinerario real, volver a los recuerdos más entrañables y saber quiénes hemos sido en ese torbellino de libros y de fábulas en el que nos hemos perdido».

Article publicat a “El Periódico” el 17/07/02 per Pilar Santos

Bryce: “La realidad me estorba”

Megafonía de un supermercado de Lima (Perú): “Acaba de entrar en nuestro supermercado Don Alfredo García Vargas, autor de Julius y la ciudad de Macondo. ¡Recibámosle con un fuerte aplauso!”. Alfredo Bryce Echenique echa a temblar. El locutor acaba de hacer un batiburrillo con los nombres y libros de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y los suyos propios. “¿Eso es el éxito? Sí, eso es la estupidez de la fama”, dijo ayer en Santander el autor limeño.
Bryce Echenique (1939) es de mirada perdida, triste. Parece distraído, pero de vez en cuando salta con una anécdota como ésta con la que vuelve a la sala donde ha citado a los periodistas para hablar de su literatura. “A mí la realidad me estorba para escribir”, afirmó.
El escritor peruano reniega de esa fórmula utilizada por muchos escritores (como su paisano Vargas Llosa, al que no citó), que se nutre de los hechos históricos, y prefiere decantarse por la literatura que nace de motivos irracionales, intuitivos. “Si tengo que escribir sobre la ciudad en la que vive un personaje, no se me ocurre coger un plano y ser fiel”. Un ejemplo es Reo de nocturnidad, donde se inventó su propio Montpellier. “Y me felicitaron por esa nueva ciudad, no se crean…”.
El “momento de gracia” de un escritor se alcanza, explicó Bryce citando a Graham Greene, cuando los personajes empiezan a hablar y dicen cosas que el autor no había pensado. Pero pese a esos buenos momentos, el escritor limeño dijo que cada vez le cuesta más escribir. No le hace feliz. Aseguró que ni siquiera sabe dónde paran los folios de la novela El huerto de mi amada, que tenía previsto acabar hace ocho meses. “A ver si en septiembre me vuelvo a encerrar y la acabo. Es que he estado muy viajero, demasiado viajero, y yo necesito tranquilidad para trabajar”, apuntó.

PONERSE AL DÍA

En estos meses ha escrito algunos capítulos de sus memorias, de las que ya ofreció un avance en Permiso para vivir. Para este libro de vivencias se guarda su opinión sobre la política peruana. “No es que no quiera hablar sobre Montesinos o sobre Fujimori –señaló–, simplemente hace dos meses que no cojo un periódico. Créanme. Me tendré que poner al día para poder incluir comentarios de actualidad en mis memorias”.
La novela El huerto de mi amada, que el autor promete que se publicará el año próximo a más tardar, sonó como posible ganadora del último Premio Planeta, que finalmente se llevó Rosa Regàs. Bryce Echenique no se enfadó porque su nombre corriera en los círculos literarios. “En absoluto. Siempre me atribuyen premios, ojalá me atribuyeran la Loto alguna vez”.

Article publicat a “El País” el 17/07/02 per Rafael Méndez

Bryce Echenique confiesa que cada vez le cuesta más escribir

Alfredo Bryce Echenique (Lima, Perú, 1939) habla despacio y casi murmurando. Lleva dos meses sin leer la prensa y sin televisión. Ayer charló con sus lectores en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), en Santander. ‘Aunque cada vez me cuesta más escribir, el origen de las historias que escribo es mágico, la realidad más real me estorba’, afirmó lacónico el novelista latinoamericano.
Lejos de la realidad, y de la imprenta, Bryce escribe su novela El huerto de mi amada. El año pasado, también en Santander, aseguró que estaría lista en meses. Ayer declaraba que ‘está como una gelatina’. Espera retomarla en agosto y publicarla en enero. Por el momento escribe capítulos sueltos de la segunda parte de sus Antimemorias.
El huerto de mi amada sufrió un ‘formidable avanzón’ el año pasado: ‘Conocí uno de esos instantes de felicidad, solo, en un hotel, escribiendo’. Asegura que llegó al momento de gracia ‘que, como decía Graham Greene, se da cuando los personajes dicen cosas que tú no sabías que iban a decir’. Bryce quiere vivir instalado en la adolescencia, ‘lejos del éxito, que siempre va acompañado de estupidez’. Como muestra, contó una de esas anécdotas de las que es mejor no preguntarse la autenticidad: ‘Al poco de regresar a Perú tras 35 años en Europa, entré en un supermercado y anunciaron: ‘Acaba de entrar Alfredo García Vargas, autor de La ciudad y Macondo. Todo el mundo vino a pedirme un autógrafo y tuve que salir corriendo’. Sobre su regreso a Perú quiere hacer otro libro.

Links

http://www.ucm.es/info/especulo/numero2/bryce.htm

La persona literaria i sentimental por Maria Luisa Páramo

http://cervantesvirtual.com/bib_autor/bryce/

Biblioteca Autores Contemporáneos: Alfredo Bryce Echenique