Biografia
Lluís Carandell (Barcelona, 1929, Madrid, 2002). Es dedica durant més de mig segle al periodisme actiu. Treballà en premsa, ràdio i televisió. Fou corresponsal a Egipte, Japó, l’antiga Unió Soviètica i altres països del Pròxim Orient, i com enviat especial estigué present en importants esdeveniments del nostre temps. Ha combinat el comentari polític i la crònica parlamentària amb una peculiar forma de fer periodisme sociològic del que mai estava absent el sentit de l’humor. Entre els seus llibres figuren Vivir en Madrid, Los españoles, Celtiberia Show, Se abre la sesión, Tus amigos no te olvidan, Ultreia. Gracias y desgracias del Camino de Santiago y Las habas contadas. Mort a Madrid el dia 29 d’Agost del 2002.
El día más feliz de mi vida
El 21 de juny de 1936 va ser per a Luis Carandell ‘el dia més feliç de la meva vida’, el de la seva primera comunió. Però faltava poc perquè esclatés la Guerra Civil. Carandell narra amb la seva habitual ironia, la vida burgesa de la Barcelona del franquisme, amb les seves posades de llarg, les seves nits d’òpera i el fons d’armari de les dames. En aquest relat, el veiem abandonar l’ideal dels ‘nacionals’ de fer ‘una Espanya de cafè, copa i puro’, i comprèn que ‘el dia més feliç de la meva vida’ anava a ser ‘el dia més negre de la meva pàtria’.
Article publicat a “El País” el 30/08/02 per Eduardo Haro Tecglen
Un caballero
Hay tópicos de periódico, que forman parte de nuestra envoltura social: en las necrologías, el finado era una gran persona, un compañero alegre y confiado, un hombre bueno que nunca tuvo enemigos… ¿Cómo digo yo estos tópicos para una persona que lo era todo y lo era siempre, que jamás hizo un daño sabiendo que lo hacía? No quiero que suene a frase hecha.
Pero Luis Carandell era así. Y todavía tenía mucho de lo que antes se llamaba ‘un caballero’: sólo que ninguno lo fue como él.
La última vez que le vi tuve una profunda emoción de las que llamaríamos británicas, sin un solo gesto de sorpresa ni de asombro. Entré en la cafetería donde estábamos citados y vi a Carandell como reflejado en uno de los espejos de la calle del Gato, de los que Valle-Inclán citó para hacer sus esperpentos. La enfermedad, la quimioterapia, la radioterapia, habían ido ganando ese rostro jovial y elegante, y antiguo, que me había recordado a veces a Luis Napoleón Bonaparte, o a Gustavo Adolfo Bécquer. Fui saludando primero a otros, cuando llegue a él nos besamos, y entré en la conversación de todos. Jovial, humorista, comentábamos las incidencias de lo que estábamos empezando en ese momento, que era un viaje a la Universidad de Salamanca que daba un homenaje a la revista Triunfo, y Triunfo habíamos sido nosotros -con otros; y hasta algunos ahora lo esconden, porque han ganado los otros-; eran recuerdos sin nostalgia, porque Luis Carandell era un hombre sin nostalgia. Pero con memoria y con anécdotas. Había vivido una historia curiosa. Quizá todos los españoles de estas edades hayamos tenido anécdotas raras, porque la vida fue rara y con la plomada torcida; había sido un niño catalán rico, con palacio rodeado de verjas y un portero que le abría la portada cuando volvía del colegio; su padre fue uno de los catalanes que fueron a Burgos con Franco (lo cual no le evitó, después, la ruina), y Luis era un niño que jugaba en el Espolón con una niña de su edad que se llamaba Carmencita Franco hasta que un día llegó a los periódicos la consigna escrita y sellada que ordenaba que se la llamase señorita Carmen Franco Polo.
Luis se casó con una sefardí suiza de nacimiento, descendiente de un gran hombre huido, el doctor Pulido (desde ayer me estoy acordando todo el tiempo de Eloísa), y tenía una suegra que se sabía el santoral de memoria. Todo lo había hecho suyo: el catalanismo y el castellanismo como su cuñado, José Agustín Goytisolo, casado con su hermana-: la religión de la infancia, el franquismo en el que había nacido y la sensación de resistencia que había adquirido. Esta manera de estar dentro, dentro de Cataluña sin ser catalanista y dentro de España sin ser españolista, dentro de la izquierda sin ser un izquierdista, rezumando educación y señorío para estar con todos y sin que el dinero fuese ya un signo de la familia, esta manera de ser es la que tuvo con la enfermedad.
Quedamos en vernos; después de la próxima terapia, a tomar unas copas debajo de su casa. Quizá a comer. Le volví a llamar, y me dijo: ‘Pero espera un poco, no me llames tú; yo te llamaré’. No hablamos nunca más.
Article publicat a “El País” el 30/08/02 per Elsa Fernández-Santos
El periodista fue fundamental en el panorama informativo de la transición española
Un viejo amigo suyo recordaba ayer cómo Luis Carandell podía pasarse horas contando anécdotas e historias. ‘Era un conversador inagotable, maravilloso, lleno de humor, bondad e inteligencia’. Carandell murió ayer en Madrid víctima de un cáncer y será incinerado hoy en el cementerio de la Almudena. Había nacido hace 73 años en Barcelona. ‘Soy un catalán integral, por lo tanto sólo puedo vivir en Madrid’, solía decir. Padre de dos hijas, su Celtiberia show marcó a toda una generación. Pero fueron sus crónicas parlamentarias en los años ochenta las que le dieron mayor popularidad.
El sábado pasado, Luis Carandell llamó a la sección de Madrid de este periódico para advertir que ya no podría seguir con sus colaboraciones, que publicaba cada dos domingos. Carandell, que siempre enviaba sus artículos con suficiente antelación, quiso avisar personalmente, sin patetismos y movido por el impulso del veterano profesional, de que su trabajo probablemente llegaba a su fin.
Luis Carandell Robuste, hijo de un abogado del Comité Cotoner de Cataluña, era el mayor de siete hermanos. ‘Otras personas se formaron con Sartre, Camus o Heidegger. Yo me he formado con la Iglesia católica y el general Franco. Son los dos temas de mi vida. Si sé algo más se lo debo a mis amigos’. Entre esos amigos estuvieron José Agustín Goytisolo (casado con una de sus hermanas), Mario Lacruz, Blas de Otero, Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio. ‘Mario Lacruz y José Agustín Goytisolo, que venían a mi casa a hacer funciones de teatro, me hablaban de Camus, descubrí la injusticia, me inicié en el periodismo, viajé…’.
A los 18 años, Luis Carandell se trasladó a Madrid, donde estudió Derecho, y en 1952 empezó a trabajar en El Correo Catalán. Poco después, según recordaba ayer la agencia Efe, se trasladó a El Cairo, desde donde enviaba sus crónicas para El Noticiero Universal y otros periódicos. Después de Egipto viajó a Tailandia, Singapur, Ceilán y Calcuta. De aquellos años nació el libro Oriente Medio. Vivió tres años en Japón. En 1961 fijó su residencia en Madrid y a mediados de 1968 entró como redactor en la revista Triunfo, donde publicó las secciones