Biografia
Anna Maria Matute i Ausejo (Barcelona 1926) Escriptora en castellà. Debutà molt jove amb novel·les com Los Abel (1948), Las luciérnagas (1949, versió íntegra del 1993), Fiesta al Noroeste (1953, premi Gijón 1952), Pequeño teatro (1954), premi Planeta, En esta tierra (1955) i Los hijos muertos (1958), sobre la guerra civil de 1936-39, Primera memoria (1960), premi Nadal 1959, de gran difusió, Los soldados lloran de noche (1967; premi Fastenrath 1969), La trampa (1969) i La torre vigía (1971). A més, ha escrit llibres de versos (De ninguna parte, premi Antonio Machado 1993), narracions com Los niños tontos (1958) o La Virgen de Antioquía y otros relatos , escrita el 1963 però no publicada fins el 1990, i narracions per a infants (premi Andersen, 1970 i Premio Nacional de Literatura Infantil el 1984 per Solo un pie descalzo, editada el 1983). El 1996 publicà Olvidado rey Gudú, extensa i complexa fantasia medievalitzant. La violència passional i l’ambientació, sovint sòrdida, servides amb un llenguatge dinàmic, n’han fet una de les primeres escriptores en castellà de la postguerra. El 1996 ingressà a la Real Academia Española.
Los hijos muertos
Los hijos muertos té com a tema aquells que han sofert la guerra i la dolorosa postguerra i que són incapaços de conviure i ni tan sols de viure amb il·lusions. Els fills morts no només són aquells que han mort en el camp de batalla, sinó els que viuen la impotència de la postguerra. La novel·la té tres parts. La primera, “El tiempo”, són les evocacions de Daniel, el protagonista, és refereixen a la seva infantesa a Hegroz i a la seva joventut a Barcelona fins que com un vençut més de la guerra civil, ha d’emigrar a França. La segona part, “El hambre y la sed”, manté com a figura principal a Daniel Corvo, però les evocacions d’aquest s’alternen amb les d’un altre personatge, Miguel Fernández, que anirà guanyant relleu fins al final de la novel·la. el marc temporal dels records és per a Daniel, el començament del seu exili a França i per a Miguel la seva infantesa marcada per les crueltats de la guerra fins l’hora en què, mort el seu pare i separat de la seva mare, és transportat amb altres nens al sud de França. I la tercera part, “La resaca”, recull, sobretot, els records de Miguel a França, la seva repatriació el 1945 i el progressiu enfonsament de la seva moral a Barcelona fins el 1947, any en el qual, dedicat al contraban de drogues, és detingut i condemnat a treballs forçats.
En esta tierra
En esta tierrra és el procées de transformació des d’una suau exitència fins al dolor en l’ambient de la guerra civil i les seves conseqüències. la protagonista és Soledad, una adolescent a qui els “rojos” li mataren el pare a començaments de la guerra civil. Viu a Barcelona, amb l’àvia, la mare, un germà i uns refugiats. Mentre, Soledad treballa en una escola, on ha de defensar-se del director, antic preceptor seu, ara mutilat; el seu germà es dedica a robar i a malviure, en companyia del pillet Chanio i d’un tal Daniel, que mor tuberculós. Aquest té dos germans: Pablo, un anarquista, i Cristián, oposat a Pablo en idees, però que sempre ha depès d’ell. En un bombardeig mor el pare d’aquests nois i Pablo queda malferit i se suïcida, abans de seguir vivint víctima de les ferides. Abans del suïcidi, entrega Cristián les claus de la seva torre, on es refugien Soledad i Cristián on descobreixen l’amor. El SI els troba i els condueix a presons diferents. En acabar la guerra els amants es busquen i quan Cristián corre cap a ella una bala el fa caure davant els tancs dels vencedors. La voluntat de l’obra és la de recollir lles conseqüències dela guerra civil.
Entrevista publicada a “ABC” el 20/10/02 per Trinidad de León Sotelo
Ana María Matute: «La imaginación, como la inocencia, es una maldición que se paga cara»
Ana María Matute no recuerda su primer encuentro con un gnomo. No es un fallo de su memoria. Esta mujer de prodigiosa imaginación y mente mágica cree que los duendecillos que habitaron los cuentos que escribió de niña nacieron con ella. «En un cuento que escribí con 5 años el duendecillo sale del cajón de la mesilla de noche de forma absolutamente natural y el niño habla con él como lo haría con su hermano», dice.
La escritora había comentado en diversas ocasiones que empezó a escribir cuentos a la edad citada, pero quizá la mayoría de quienes la escuchaban pensaban que se trataba de algo parecido a ese primer poema de amor que escriben todos los adolescentes. Pero no. La novelista, desde muy niña se volcaba en las palabras y las escribía, algo que los que gustan de hurgar en la psicología achacarían a su tartamudez. Pero parece que en ella ya vibraba la gran creadora que llegaría a ser, la mujer que ha podido decir que para ella «escribir no es una profesión o una vocación, sino una forma de vivir».
El caso es que ahora sus lectores van a poder conocer la obra de aquella pequeña que, llegada a los 76 años, dice no tener tampoco memoria de cuando escribió el primer cuento. Vale repetir que en ella todo fluía, como su contacto con los gnomos, con naturalidad.
Cuentos de infancia (Martínez Roca) recoge nueve cuentos de la más que jovencísima autora. Dos fueron escritos cuando tenía 5 años; uno, con 10; dos, con 12 y, finalmente, cuatro con 14. El volumen incluye, también, un prólogo de Ana María Moix, un delicioso facsímil de El duende y el niño, y una pequeña biografía de Ana María Matute. Las coloristas ilustraciones, también de aquella Matute niña, embellecen asimismo unas páginas que, literalmente, pueden deleitar a chicos y grandes.
-¿Fue usted una niña prodigio?
-¡Hombre, no! Pero tampoco era como las que yo trataba. Eso, seguro.
-¿Qué tipo de niña era?
-Introvertida y muy particular como se ve en los cuentos. Con las personas mayores no me entendía.
-Es sabido que con su madre, poco.
-Sí, entonces sí. Pero algo vería en los cuentos, porque los guardó y me los entregó cuando yo era ya una muchacha. Cuando fui mayor nos comprendimos muy bien. Me apoyó mucho a partir de mis 18 ó 19 años.
-¿A usted no le bastaba con que le contaron cuentos?
-Me entusiasmaba que lo hicieran, pero aprendí a leer prontísimo y sé que aquello de escribir lo que imaginaba iba conmigo.
-¿Se refugiaba en algún sitio para escribir?
-No, lo hacía en el cuarto de jugar que entonces teníamos los niños en las casas. Éramos cinco hermanos, de los que tres éramos chicas y nos llevábamos muy bien. Todos veían que yo escribiera tan normal como que otra hermana acostara a sus muñecas.
-¿Tenían sus relatos un destinatario especial?
-Mi hermano José Luis, el más pequeño. Hasta cuando la tata nos llevaba al colegio le iba contando historias que a veces duraban un mes.
-¿Cómo reaccionaban sus padres ante su afición?
-Les asombraba y lo veían como una gracia. De modo especial les llamaba la atención los dibujos. Tenga en cuenta que cuando yo era pequeña los niños tenían menos contacto con los adultos.
-¿Qué diría de sus primeros pinitos en la literatura?
-Eran cuentos típicos de una niña de aquélla época, románticos y sentimentales. En realidad, eso me ha gustado también de mayor.
La verdad es que puestos a pensar resulta raro extrañarse de que Ana María Matute escribiese con tan poca edad, porque, a fin de cuentas, escribió Pequeño teatro con sólo 17 años, una novela que fue conocida once años más tarde, cuando ganó el Planeta en 1954. Los originales de los cuentos de infancia que van a conocerse en 2002 se encuentran en la Biblioteca de la Boston University. Comenta la autora que la editorial que los publica se los pidió y que ella dijo sí. «Me ofrecían una cantidad sustanciosa, dice con picardía, y como yo vivo de esto, pues…»
-Nunca viene mal una inyección económica.
-No es despreciable. ¡Ojalá lo fuera!
-¿Tiene usted idea de la impresión que causará este libro en sus lectores?
-No, en absoluto.
-Y, para usted, ¿qué ha significado este regreso al pasado? ¿Nostalgia? ¿Melancolía?
-No, no. Más bien algo parecido a la magdalena de Proust. A mí me han producido esas sensaciones algunas cucharillas antiguas como las que había en mi casa, pero son emociones ligadas a la ternura. Me he reído cantidad viendo los cuentos ahora. Me han trasladado a un tiempo en el que me tomaba en serio cosas que ahora me dan risa. Lo que sí advierto es que en esas historias está la levadura de lo que yo iba a ser.
-¿Considera un regalo tener tanta imaginación?
-A veces es una maldición que se paga tan cara como la inocencia. En ocasiones pienso que no pasé de los 11 años, y que no crean que soy tonta, porque no va por ahí la cosa.
Entrevista al diari “ABC” publicada el 23/08/02 per Emilia Ruíz Martínez
Matute: «Si a los niños se les seduce con historias, se apartarán de la televisión»
«En el bosque. Defensa de la fantasía» fue el discurso con el que Ana María Matute ingresó en la Real Academia Española; allí demostró que ella es una contadora de historias. Su bosque es «el mundo de la imaginación, de la fantasía y del ensueño»; sus cuentos y sus sueños son protegidos por la infancia y la memoria. Para ella, no hay Literatura sin una memoria transformada por el tiempo; desde éste en el que ahora vive observa su pasado creativo, piensa en los libros que aún están por venir y nos invita a «esos otros mundos que hay en éste».
-¿Cree que en la infancia surge la potencialidad de la lectura?
-Creo que todo viene de la infancia. Esos años nos marcan de una manera tremenda, también en el aspecto literario. Mi trayectoria como escritora empezó a una edad muy temprana. Ahora va a salir un libro con una recopilación de los cuentos que escribí de los 5 a los 14 años. No podía reprimirlo. Para los niños de ahora, de la sociedad tecnológica, han cambiado sólo las formas, porque, en realidad, si se les seduce con historias se apartarán de la televisión. Lo que pasa es que los niños no están enseñados. Las escuelas confunden niños con tontos y no lo son. Hay que darles la sensación de que leer no es un castigo ni un deber, sino un placer. Si el niño entiende esto se convierte en un lector compulsivo, como yo.
-¿Sigue al otro lado del espejo?
-Siempre he estado al otro lado del espejo, aunque a veces éste se haya roto. Con las aventuras de Alicia en A través del espejo descubrí que mi mundo estaba al otro lado, desde los olores a los colores. Las cosas se atraviesan o no se atraviesan; la imaginación es la que nos conduce.
-Usted ha dicho que la visión del primer muerto le hizo abrir los ojos al mundo. ¿Se empieza a abandonar entonces la infancia?
-Sí, la infancia se empieza a abandonar en cualquier momento. No sabes ni cómo ni cuándo. Hay niños que la abandonan a los 5 años y hay viejos como yo que no la han abandonado nunca.
-¿Cree, como Abel Posse, que en los momentos terribles el libro es «el gran amigo»?
-Por supuesto, siempre. El gran amigo de mi infancia, de mi juventud y de mi decrepitud fue el libro. ¿Cómo puede ser que a alguien no le guste leer? ¿No se dan cuenta de lo que se pierden? Y es porque, de niños, no los han enseñado. ¡Les hacen leer cada cosa! Yo he visto llorar a un niño porque en el colegio le habían obligado a leer El Buscón. Eso es un atentado contra la cultura, porque estos niños necesitan otra cosa a esa edad.
-¿Cree que las infancias se han transformado en las nuevas generaciones?
-Las infancias no; los modos de vivir sí. Ahora los niños no son como en la Edad Media; tienen Internet y otras muchas cosas. Pero no creo que esta sociedad tecnológica haya acabado con la imaginación, porque todavía hay niños que conservan la fantasía. El niño, cuando se le da todo hecho, no tiene que hacer ningún esfuerzo en imaginar lo que le ofrecen. Esto sí me parece grave. Yo me lo imaginaba todo; veía a mis personajes. Ahora parece imposible.
-¿Seguirán paseándose por sus libros esos personajes legendarios?
-Pese a lo que dicen, en mis libros no se han paseado los duendes y las hadas. Mis libros son mágicos, aunque también son realistas y muy crueles. La imaginación y la fantasía viven tanto en ellos como en mí.
-Ese realismo ¿impregna la escritura de dolor?
-Escribir es muy difícil. No es sentarse a expresar cosas. Cuesta sangre. Llevo muchos años escribiendo y, cada vez, en vez de hacerlo mejor, me cuesta más.
-¿Qué libro está escribiendo?
-He empezado mi último libro. Se llama Paraíso inhabitado y estoy deseando terminarlo. No hay ningún paraíso; todos están deshabitados.
Entrevista publicada al diari “ABC” el 25/06/00 Ana María Matute per Pedro Manuel Villoria.
Ana María Matute está a punto de cumplir setenta y cinco años, pero ella sabe que la edad interior no se corresponde con las cifras del tiempo. Nuestra más joven escritora, tras ese maravilloso triunfo que ha sido Aranmanoth, ahora se dispone a descansar. No hacer nada: ese es el mayor placer de Ana María Matute, la abuelita ideal de nuestros cuentos
PMV. ¿Le preocupa estar perdiendo capacidades físicas?
AMM. ¿A usted no le preocuparía?
PMV. A mí mucho.
AMM. Pues a mí también. Pero afortunadamente se puede hacer un remiendico. Primero me voy a operar de cataratas, y después me voy a comprar un aparatito de esos para oír mejor. Hoy día hay bastantes soluciones, un poco postizas pero que valen.
PMV. A usted, que siempre ha sido niña interior, ¿cómo le afecta el estar envejeciendo por fuera?
AMM. Tampoco me preocupa tanto. Mientras me sienta bien, que me siento bien; mientras tenga la cabeza tan mal como siempre, estoy contenta. Envejecer por fuera es algo que debe ser. Sería innatural que a los setenta y cinco tuviera el aspecto de una chica joven. Eso no ocurre, y además es que a veces ves gente que parecen conservados en alcohol. Creo que es normal, y además mire, le voy a decir una cosa: esto de envejecer no está tan mal, ¿sabe? Primero, te liberas de muchas preocupaciones de parecer y tal; cuando llegas a cierta edad, la gente ya sabe que eres una persona mayor, que tienes tus achaques, tus arrugas, el cabello blanco, y no por eso noto que me desprecie la gente. Al contrario, quizá me tratan incluso con más cariño, lo cual me parece muy bien porque siempre he querido que me quieran, que me cuiden y me mimen, y no siempre lo he conseguido. Y luego, piense una cosa: que la juventud está muy bien donde está. Es maravillosa cuando la vives y la aprovechas bien. Yo la he aprovechado todo lo que he podido, la he apurado, la he vivido muy intensamente, pero llega un momento en que la vas perdiendo. Sin embargo, lo que la vida te quita con una mano, te lo da con otra. Hay que saberlo ver. Y por ejemplo, hay cosas que no me apetecían cuando era joven, y ahora me apetecen. Valoro mucho los pequeños placeres: sentarme en una terraza con unos amigos, pedirme una cerveza y que me traigan el vaso empañado, con una gotita que cae, y tomármelo apurándolo y hablando de lo divino y del infierno y de la tierra. Eso me encanta. Cuando era joven, también, pero de otra manera. Cuando uno es joven, se come la fruta verde, ¡y da unos cólicos! Y cuando se llega a mi edad, se la come uno en sazón. Y está muy bien.
PMV. ¿Alguna vez se despierta y dice: «¡Ah, ya no soy joven!»?
AMM. No.
PMV. ¿No hay ningún momento en el que se diga: «Ya he crecido»?
AMM. No, nunca creceré. Desgraciadamente, siempre tengo una decepción. Cada día, cada mes. Siempre hay decepciones; siempre ocurre algo que no esperabas que ocurriera; algo que te duele, que te sorprende, que te llena de estupor. Eso me demuestra que no he crecido tanto, que por dentro todavía tengo aquella niña de doce años a la que le pegaban unas enormes tortas: morales, claro.
PMV. ¿Cómo es el recuerdo de su infancia: positivo, negativo?
AMM. En conjunto, positivo. Mi infancia fue muy rica. Lo pasé muy mal en algunos momentos, pero creo que como todos los niños. Los niños viven intensamente su infancia, y la infancia es muy importante. Yo digo que la infancia es más larga que la vida, y es verdad. Fíjase que uno se acuerda de muchas más cosas de cuando eras niño que de cuando eres una persona adulta. La infancia marca de manera definitiva. En conjunto, creo que la mía fue positiva, porque hay que sufrir también. Y no es que sea una apologista del sufrimiento en el sentido falsamente cristiano, sino porque enriquece. Lo que no enriquece nunca es el dolor físico, eso no. Eso que te dicen: «Sufre, sufre; ya verás cómo te enriqueces». ¡Que se enriquezca tu padre! Así no me gusta enriquecerme. Y tampoco con un sufrimiento demasiado fuerte, porque aniquila y hace tanto daño como el físico; pero, que te den de cuando en cuando una buena bofetada moral, te abre los ojos y te enseña a vivir. Y también te enseña que eso no hay que hacerlo con los demás.
MUJER SEPARADA Y CON HIJO
PMV. ¿Es posible que la mayor bofetada que haya recibido fuese el que la separasen de su hijo?
AMM. Sí. Evidentemente. Yo lo veía los sábados nada más, y fue muy duro.
PMV. ¿Cómo fue eso? ¿No era algo insólito en aquella época?
AMM. No, era algo normal en aquella época. La separación la inicié yo, no él. Cuando tú te separabas entonces, automáticamente le daban la custodia al padre, al revés que ahora. Y no había nada de este régimen de visitas, manutención, pasar la pensión… De esto nada. La mujer que tenía el rostro de separarse de su marido tenía que pasar muchas cosas. Primero, demostrar que era una mujer como Dios manda: como Dios manda según ellos, claro. Lo que ocurría generalmente era que el marido, cuando le decían que el hijo se quedaba con él, decía: «No, no; que se quede con mi mujer». Y se arreglaba así. Pero en mi caso, con tal de joderme, pues no. Yo podía no haber visto a mi hijo no ya un solo día, sino nunca. Pero yo tenía una suegra muy buena, que en esto se portó muy bien, y me dijo: «Mira, Ana María; tú puedes verlo los sábados». Y yo lo veía los sábados, me lo llevaba, y así estuvimos dos años y pico. Después, cuando me dieron la separación, me ofrecieron irme a Estados Unidos, y yo me fui ya con él tranquila y feliz. Mi hermana María Pilar, que siempre será la misma, tuvo que ir a jurar a la Curia, porque esto lo llevaba la Iglesia, y le pregunté: «¿Qué has dicho?» Y me dijo: «La verdad; que era un santo». Pero no lo dijo; era broma. Y a mí me dijeron: «¡Arrodíllese!». «No, no puedo». «¿Por qué?» —las caras cerúleas de onanistas—. Digo: «Pues no, porque tengo las rodillas muy frágiles». «Ah, bueno». ¡Les sorprendí tanto! Tenías que ir allí, y exponer, y así dos años y medio hasta que me dieron a mi hijito y el abogado me dijo: «Ya tienes la patria potestad. Haz lo que quieras».
PMV. ¿Se llevó a su hijo y lo educó en Estados Unidos?
AMM. No. Al principio estuvimos sólo un año y luego regresamos y se educó aquí. Después sí volvimos más veces. Pero hubiera preferido que se educara allí.
PMV. ¿Se sintió desarraigada?
AMM. Yo soy una desarraigada nata. Yo voy conmigo a todas partes. Mi mundo soy yo, mis sueños
PMV. ¿Por qué da tantas conferencias?
AMM. Siempre lo he hecho. En Estados Unidos he dado conferencias de costa a costa, en todas sus universidades. Aquí lo hago ahora quizá más porque después de lo de Olvidado Rey Gudú, es constante. Y además me pagan estupendamente.
PMV. Bueno, eso no lo pondré.
AMM. Hágalo. Somos humanos. Que no vivo del aire, ¡eh! No escribo para ganar dinero, pero si escribo y tengo que comer, es mejor si me pagan.
PMV. Ahora que está recuperada para la Literatura, ¿cómo ve su periodo de casi quince años sin escribir?
AMM. Mal. Sufrí mucho. Y luego, cuando ya salí de la depresión, seguía sin ganas de escribir; hasta que un día me di cuenta de que era una tontería, porque en verdad lo pasaba muy mal si no escribía. Y entonces escribí «Sólo un pie descalzo», y con lo primero que sale después de tantos años me dan el Premio Nacional de Literatura Infantil, y esto me estimuló también.
PMV. ¿Cómo fue llegando la depresión?
AMM. Es muy difícil de explicar, y prefiero no hablar de eso. Es muy doloroso. Es horroroso. Y, sobre todo, yo tuve una depresión de las malas: de las que no sabes por qué. Era la mujer más feliz, tenía al hombre que he amado más en mi vida; vivía con mi hijo, que me había costado tanto; tenía trabajo, tenía éxito… y, de repente… ¿Usted ha leído un libro de William Styron que se llama La visible oscuridad?
PMV. No, no lo he leído.
AMM. Pues léalo. Te lo explica perfectamente. Es un escritor también y le pasa lo mismo. Es algo impresionante. Son muy malas esas depresiones. Cuestan más de superar que las que tienen un origen conocido, la razón que sea. Pero esta fue muy dolorosa.
PMV. ¿Nunca ha utilizado la depresión como motivo literario?
AMM. No. No me atrae. Nunca he escrito nada autobiográfico excepto «El río», que son recuerdos de mi infancia en La Rioja. Nada de lo que pasa en mis libros es algo que me haya pasado a mí. Prefiero inventar, prefiero investigar el ser humano antes que ponerme yo en el centro.
PMV. ¿Hay algo en sus libros que quiera contar y a lo que crea que el lector no termina de llegar?
AMM. Yo siempre tengo ese temor, pero vaya… Luego, hablando con mis lectores, con usted mismo, veo que hay gente excepcional que llegan muchísimo. Pero, a veces, cuando hablo de un libro mío con alguien, sí te quedan zonas de las que piensas: «No se ha dado cuenta de esto». Pero también pienso que a lo mejor yo no lo he explicado lo suficiente, pero luego ves que sí hay otro que lo ha entendido. El primero quizá ha visto otras cosas, o sí las ha visto pero hablando conmigo en aquel momento le han interesado otras. No me preocupa demasiado eso, sinceramente. Me preocupa más que comprendan y entiendan el conjunto de lo que he querido hacer, más que momentos.
PERDER LA ISLA
PMV. En sus obras, los personajes están abocados a la pérdida de la inocencia. Salvo excepciones, los coloca en ese punto del abismo en que o lo saltan o se hunden.
AMM. Es la isla. Perder la isla.
PMV. ¿Cómo es esa pérdida de la isla, de la inocencia? Y lo pregunto a la escritora y a la persona.
AMM. ¿Qué quiere que le comente? Es una pérdida muy dolorosa también, porque de repente un día te das cuenta de que hay algo que se ha acabado para siempre, y empieza otra cosa que no te acaba de gustar. Que te da miedo, además: ¡Como yo no puedo en este sentido apartar mi vida de lo que yo he escrito…! La pérdida de la inocencia es inevitable, lo que pasa es que unos la pierden más y otros la pierden menos. Pero es inevitable, porque le pasa a todo el mundo… A todo el mundo que ha sido niño, porque yo conozco personas que no han sido niños nunca.
PMV. Por eso preguntaba al principio acerca de la edad: la diferencia entre la edad interna y la externa. ¿Cómo se produce en usted la pérdida de la inocencia?
AMM. Muy tarde. Yo mantuve mi inocencia hasta casi los dieciocho años. A partir de los dieciséis, diecisiete años, empecé a perderla, pero la mantuve bastante tiempo. Con pequeñas pérdidas, claro.
PMV. ¿La echa de menos?
AMM. No lo sé, porque la vida es perder cosas. Se compone de una cadena de pérdidas sucesivas. Pues sí, se echa de menos, pero también uno comprende que, si no, te puedes convertir en un pequeño monstruo. Va con la vida, aunque algunos seamos más reacios a incorporarnos al mundo. Ahora, yo le voy a decir una cosa: todas las mañanas, cuando me despierto, me cuesta mucho incorporarme al mundo. Muchísimo. No se lo puede imaginar.
PMV. Es curioso, porque muchos lectores acuden a sus libros, sobre todo a los últimos, como a un asidero de inocencia. Y sus últimas obras, sobre todo Aranmanoth, son de un dramático y de un desgarrador enorme. ¿Teme que la gente, con sus últimos libros, se quede solamente en el elemento fantástico?
AMM. Hombre, tengo mucha confianza en el buen lector, porque se da cuenta de lo que es. Pero el que busque el elemento fantástico va dado.
PMV. Temo a ese tipo de lector que coja Aranmanoth por ejemplo, y diga: “Ah, una fábula mítica”.
AMM. Es que no se lo han leído. Lo han mirado por encima, pero no se lo han leído, y dicen: «Ah, una de esas cosas de la Matute para niños».
PMV. ¿Se reconoce a sí misma como a una escritora perversa frente a esa imagen de escritora juvenil?
AMM. No sé lo que es la perversidad: ¡me parece tan normal! En todo caso, es una perversidad inocente. Yo no me reconozco en nada, porque yo no sé quién soy. A veces digo: «¡Eh, sí, soy yo!»… pero no. Yo soy Alicia atravesando el espejo. Siempre estoy atravesando el espejo.
Entrevista publicada a “El País” 25/06/00 a Ana María Matute a cura de Karmentxu Marín.
A sus 75 años, la única mujer que, hoy por hoy, se sienta en la Academia tiene un pelo bellísimo en su blancura y unas manos huesudas que llevan catorce lustros contando historias. Aficionada a la carpintería y la ferretería, le apasiona, sobre todo, “leer, leer y leer”. También el cine, la música y “vivir, estar con amigos, tomar copas, hablar y soñar”.
KM. Tiene usted pinta de ancianita bondadosa y compuesta.
AMM. Compuesta y sin novio.
KM. ¿Qué hay debajo?
AMM. Yo siempre he sido igual, de joven y de vieja. Lo que pasa es que el estuche exterior corresponde al físico. Pero el interior siempre ha sido el mismo: una mujer inconformista y, en mis épocas, rebelde. Ahora, la rebeldía me da mucha pereza.
KM. Dice que no escribe para vender. Pero no parece que pueda quejarse.
AMM. Nunca he escrito para vender, sino para comunicar. Si vendo, me parece muy bien y muy sorprendente, porque eso significa que hay mucha gente que me sigue y, sobre todo, que me comprende.
KM. ¿Qué hay de su proverbial timidez?
AMM. Ya ves. Continúa.
KM. De pequeña, le encantaba que la metieran en el cuarto oscuro. Ya era rarita.
AMM. Siempre he sido rarita y creo que, hasta cierto punto, lo sigo siendo. Pero eso que me mortificaba mucho antes, ahora me da igual. Me gustaba el cuarto oscuro, porque me lo pasaba muy bien.
KM. No más rarita por eso que por empezar a escribir cuentos a los cinco años.
AMM. No es muy habitual. Yo lo hacía porque, si no arranco a escribir, reviento. Si el mundo no me aceptaba, yo me lo tenía que inventar.
KM. ¿Cuál es la mayor maldad que recuerda de sus monjas de las Damas Negras?
AMM. Reírse de que yo era tartamuda.
KM. ¿Por qué la crueldad está tan presente en sus libros?
AMM. Porque la he vivido muy de cerca. Y no hablo solamente de mí, porque todo lo que nos rodea forma parte de nuestra vida. Y cuando yo veo esa crueldad, ese egoísmo, esa maldad contra cantidad de gente que no tiene voz para expresarse, para defenderse…, eso me exaspera.
KM. En el bosque, tema central de su obra, ¿hay más lobos o más Caperucitas?
AMM. Las Caperucitas son imbéciles. Para mí no tienen ningún interés. Los lobos, sí. Yo tengo una idea del lobo y de Caperucita que se desmarca de los freudianos. El lobo es un ser que me gusta. Yo me siento un lobo estepario.
KM. Usted dice haber visto hadas, gnomos, ángeles. ¿Se ha encontrado con alguien normal?
AMM. Lo triste es que me he encontrado siempre con gente normal entre comillas.
KM. “Comprendo mejor a un trasgo que a un banquero”. ¿Qué ventajas tiene el trasgo?
AMM. No sé si tiene ventajas o desventajas. Lo único que sé es que entiendo su mundo. Los banqueros, con excepciones honrosas -no me vayan a negar ahora créditos-, no son inteligibles para mí.
KM. ¿Está usted segura de ser un caballero de la Tabla Redonda frustrado?
AMM. ¡Ah! ¿Lo he dicho? Pues ahora pienso que quizá sí, pero sin la brutalidad.
KM. ¿Quién sería su rey Arturo?
AMM. ¡Yo!
KM. Se apunta a todo.
AMM. Todo junto. Y Ginebra. Y Lancelot. También sir Gawain. Y, sobre todo, Galahad.
KM. ¿El grial existe, o su búsqueda es ya un fin es sí misma?
AMM. Seguramente debe de existir, puesto que todo el mundo, sabiéndolo o no, va en su busca.
KM. ¿En la Real Academia hay servicios de señoras?
AMM. Ni de señores ni de señoras. Hay servicios unisex, porque éstos no son nada machistas.
KM. Los hombres y usted visitan el mismo sitio.
AMM. Hay varios, todos están muy bien y no hay problema. Yo siempre que he ido estaba sola… Además, no creas que van todos allí con ganas de hacer pipí.
KM. ¿Qué queda tras una existencia de francotiradora?
AMM. Pues la satisfacción de no haber claudicado nunca ante nada ni ante nadie, ni ante usos, costumbres, políticas y regímenes.
KM. ¿El sentido del humor la ha ayudado a sobrevivir?
AMM. Por supuesto. El sentido del humor y reírme de mí misma. El que no se sabe reír de sí mismo va dado.
Article de Rosa Valdemar publicat a l’ABC l’11/08/00
Ana María Matute: «Se están cargando toda la literatura infantil»
Ana María Matute no quiso leer ayer una sesuda conferencia en el curso de la Complutense «Libros para el tercer milenio» que se celebra en El Escorial. La académica prefirió pasear por sus lecturas y sus obras sin orden pero con mucho concierto: «Se estan cargando toda la literatura infantil -denunció-. Los niños no leen porque les están dando libros políticamente correctos».
Ana María Matute paseó por sus lecturas en los cursos de la Complutense. ABC
El profesor de lengua y literatura Javier Polo Alba fue el encargado de encarrilar ayer los recuerdos literarios de Ana María Matute, a través de una serie de preguntas a la que más tarde se sumaron las de muchos de los participantes del curso.
«La literatura para mí, y no quiero ser grandilocuente ni solemne, ha sido mi salvación —confesó Matute—. De niña tenía un problema tremendo con la tartamudez e iba a un colegio de monjas, ligeramente espantosas, donde ser tartamuda era un pecado que habíamos heredado de Adán y Eva. Entonces encontré al gran amigo que era Andersen y todo cambió, me refugié en la literatura. Empecé a escribir, con mejor o peor fortuna, y continúo haciéndolo. Si estoy en un bosque soy un árbol. Y yo soy, buena o mala, literatura».
La académica quiso citar también algunas de las obras que más la habían marcado —«Ana Karenina», «Los hermanos Karamazov», «La isla del tesoro», «A la busca del tiempo perdido», «Romeo y Julieta», «Cumbres borrascosas»…— y quiso dedicarle un capítulo especial a los cuentos de hadas «que nunca fueron para niños aunque luego los niños, más inteligentes que los adultos, los adoptaran. Te hacen pensar y te ponen en un camino bueno para vivir».
Así, la escritora ve en «Pulgarcito» o en «Hansel y Gretel» «la representación del hambre que se pasaba antes y que llevaba a los padres a abandonar a sus hijos en el bosque antes que verlos morir de inanición». En «La bella durmiento» reconoce «a la mujer dormida siempre; esperando que venga el príncipe azul que la despierte y, encima, se vaya a la guerra. El cuento no termina cuando se despierta sino cuando llega al castillo y se encuentra con la suegra, con la vida que le espera».
«Los cuentos —afirmó la autora de “Olvidado rey Gudú”— son muy recomendables para los niños, como los clásicos griegos, que les forman un fondo de cultura que no se pierde nunca. Pero se están cargando toda la literatura infantil. Los niños no leen porque les están dando libros políticamente correctos».
Sobre su propia obra la escritora reconoció que hay en ella elementos a los que recurre una y otra vez, muchas veces inconscientemente, como la huída, la búsqueda de algo mejor, a lo que ella llama «Santo Grial», y la muerte: «Confieso que tengo verdadero miedo de morirme. La gente no tiene nada que ver con su cadáver. Me pregunto dónde están, dónde han ido. No puedo aceptar que todo acabe: nuestro sueños y deseos deben ir a alguna parte, porque si no es como si no hubiéramos vivido».
Article de Juan Carlos Merino publicat a “La Vanguardia” l’11/08/00
Ana María Matute anuncia una nueva novela de corte realista y época actual
Ana María Matute (Barcelona, 1926) participa estos días en uno de los cursos de verano de la Complutense, en El Escorial, “Libros para el tercer milenio”, mientras descansa de sus últimos éxitos editoriales “Aranmanoth” le costó perder cuatro kilos de peso-, y se prepara para una delicada operación de ojos. Pero ya tiene una nueva novela en la cabeza. “He tenido suerte con mis libros – dice- porque nunca se han dejado de publicar. Hoy en día se publica un libro y rápidamente desaparece. Los míos están continuamente reeditándose de una manera contumaz. Sólo de Olvidado rey Gudú se han vendido más de 500.000 ejemplares. ‘Aranmanoth’ lleva buen camino.” La escritora anuncia nuevo libro. “Tengo otro libro incrustado aquí dentro. En noviembre o diciembre empezaré a escribirlo. Pero sin prisas. Tenga en cuenta que he perdido cuatro kilos escribiendo Aranmanoth. Me tomo las cosas muy a pecho. Bueno, no todo, sólo lo que me interesa. Y no se puede imaginar la cantidad de cosas que no me interesan. El libro transcurrirá en la época actual. No se puede decir que será una novela realista, como ‘Los hijos muertos’. Aunque también habrá algún elemento mágico, más que nada por la imaginación de uno de los personajes. En todos mis libros, incluso los más realistas, hay siempre un elemento mágico. No lo puedo evitar. Es mi naturaleza, como decía el escorpión.” Ana María Matute dice que siempre tiene en la cebeza la novela antes de escribirla. “Hay quien se pone a escribir sin más, y lo respeto, pero no es mi caso. Hasta que no tengo la novela bien cuajada no puedo empezar a escribir.” Sobre la muerte de Carmen Martín Gaite, la escritora confiesa que “pasé tres días horribles, soñando con ella. Éramos muy amigas desde hace muchos años. Vivimos muchas cosas juntas. Para mí ha sido terrible, era una estupenda persona y una estupenda escritora. Me ha dejado un gran vacío”. La autora barcelonesa afirma que “la literatura ha sido mi salvación, porque yo de niña tenía tartamudez y me costaba mucho hacer amigos en el colegio de monjas, ligeramente espantosas, al que iba, donde ser tartamuda era un pecado”. Pero en aquel claustrofóbico ambiente encontró un buen “amigo”: Andersen y sus cuentos, que le revelaron una realidad que va mucho más allá de lo anecdótico. Y levanta su protesta contra “lo políticamente correcto, que -dice- se está cargando la literatura infantil”.
http://www.escritoras.com/indice/escritora.asp?Ella=matute
Conté la biografia i la bibliografia essencial de l’autora.