Biografia
Antonio Rabinad (Barcelona en 1927) Nascut en una família aragonesa, fill d’un encarregat portuari, perdé al seu pare en la Guerra Civil i passà la infantesa amb la seva mare i germanes en una casa al costat de les vías del tren. Fascinat per la lectura, es feu una educació autodidacta que, unida a les seves inquietuts creadoras, el porta a escriure els primers versos i la seva primera novel·la Los contactos furtivos, amb la qual obtingué el premi Internacional de Novela 1952. Company generacional de Barral, Gil de Biedma, Marsé o García Hortelano, Antonio Rabinad decidí fer la guerra pel seu compte i romadre en l’ostracisme. Entre la seva obra novel·lística destaca l’experimental Memento Mori (1989). Ha escrit els guions cinematogràficos de Tiempo de silencio i Libertarias, de Vicente Aranda. El 2000 publica El hombre indignoL’última novel·la que acaba de publicar porta per nom El hacedor de páginas (2005).
El hombre indigno
El hombre indigno narra la infantesa, adolescència i primera juventut d’un orfe de guerra en los suburbis de Barcelona. L’educación eròtica i sentimental d’un perdedor anònimo que amb el temps serà un novel·lista de culte. Abarca trenta anys de records de 1927 a 1957, en una Barcelona que és el teló fons de totes les vivèncias de l’autor. L’autor combina sàviament memòries, diari, autobiografia, novel·la, crònica, diari, poesia i novel·la. El gran encert de l’autor és descriure la Barcelona més trista del nostre segle des de la barriada del Clot, un escenari humil i perifèric on milers d’emigrants tractaren de construir el seu futur. És un retrat d’una Barcelona derrotada, una ciutat sense ideals llibertarios que desitja tornar a la vida. La tuberculosi, la repressió, l’estraperlo, la corrupció física i moral són els temes recurrents d’aquellos dies. La novel·la és, per tant el testimonio d’na formació, la forja d’una personalitat humana i artística no s’acomodarà en el context de l’època. Reflecteix el testimoni privilegiat no només de la Guerra Civil i la postguerra barcelonesa, sinó dels cenacles literaris del moment. Així, desfilen el legendari editor Janés; una jove grafòmana, Corín Tellado; una prosista amb “glamour”, Ana María Matute; un tímid bibliófil, Juan Goytisolo; un escriptor que no va voler ser-ho, Vicente Aranda, o narradors de fama que foren oblidats: Ignacio Agustí, Sebastián Juan Arbó, Bartolomé Soler o Tomás Salvador.
Marco en el sueño
Los contactos furtivos
Memento Mori
El hacedor de pàginas
Un home arriba a una casa a la zona alta de Barcelona on viuen dues velletes i els lloga una habitació. L’home, Héctor Tortolero, fill d’un anarquista que es va exiliar, fa feines per a diverses editorials, entre les quals Satélite, per a la qual fa informes de lectura, i s’obsessiona amb una de les novel·les que llegeix, El tesoro escondido. El manuscrit, inserit parcialment i comentat durant la lectura, tracta de la lluita de dos burgesos per sobreviure a la Barcelona de principis de la Guerra Civil, dos homes que tenen un curiós joc: es fan malifetes ara l’un ara l’altre, amb unes normes no escrites, malifetes que van pujant de to fins a l’enfrontament obert. La novel·la denuncia la mala literatura, els atacs immobiliaris contra el patrimoni urbà, les atrocitats d’un bàndol i de l’altre en la guerra, l’explotació sexual… D’escriptura unes vegades estrictament narrativa, d’altres lírica, d’altres onírica, la novel·la comença alternant les diferents situacions, fins al punt que la imaginació de Tortolero, un home amb problemes per separar la realitat de la ficció, comença a veure la novel·la que està llegint en la seva realitat, i alhora interpreta el món que l’envolta amb unes claus arbitràries. La cronologia temporal també és un problema per a la novel·la, en què present, passat i futur s’entrecreuen. Els capítols finals, de fet, són un mosaic de materials aparentment desestructurats, entre els quals el lector ha de trobar les claus que li permetin restablir un sentit de la novel·la.
Article publicat a “El País” el 19-02-2005 per Carme Riera
“La posguerra fue peor que una cárcel, porque en la cárcel tienes esperanza”
Es uno de los escritores que mejor ha reflejado la posguerra civil española. El narrador, guionista de cine y librero catalán publica ahora su novela más cervantina: El hacedor de páginas. En esta entrevista evoca aquellos días de sufrimiento y angustia, de cómo la literatura fue su tabla de salvación y reflexiona sobre la política y la fragilidad de la lengua. Vive de los libros que no son suyos, los libros de viejo que vende los domingos en el mercado de San Antonio, de Barcelona. Los libros invaden también su casa en la que una tiene la sensación de que Antonio Rabinad (1927) y Susana, su mujer, están de prestado, que han tenido que conformarse con un hueco entre los miles de volúmenes que todo lo ocupan. No hay un palmo libre de letra impresa en este piso del barrio barcelonés de Sarriá. Las estanterías están atiborradas, los volúmenes se aprietan en triple fila… La biblioteca de Rabinad, en la que hay desde primeras ediciones de clásicos a folletines nada canónicos, habla por sí sola de los intereses literarios de este escritor, barcelonés del Clot pero aragonés de origen, salvado de los horrores de la guerra y de la posguerra por la lectura.
ANTONIO RABINAD. Cuando los bombardeos mi madre y mis hermanas bajaban al refugio y yo me quedaba leyendo en la cama y no sentía miedo metido como estaba en las páginas del libro que estaba leyendo… Mi madre me dejaba que me quedara allí, pensaba que si ella y mis hermanas perecían me salvaría al menos yo, o viceversa… Luego en la posguerra seguí leyendo, cambiaba la leche y el panecillo que nos daban en el colegio por novelas de Savage y de Blake, de esas que se vendían en los quioscos, pero como mi padre había muerto no tuve más remedio que ponerme a trabajar. A los trece años dejé el colegio, un amigo de mi padre me consiguió un empleo de chico de los recados en un laboratorio farmacéutico, después trabajé en la empresa en la que mi padre había hecho de encargado, una casa de lonas y toldos que estaba junto al hotel Ritz. Yo ahorraba el dinero del tranvía para comprar libros. No me importaba andar más de una hora, desde el Clot, donde vivíamos, con tal de reunir dinero e invertirlo en un libro. Aquellos años de oficinista fueron los peores, detestaba aquel trabajo, la literatura fue mi única tabla de salvación…
CARME RIERA. ¿Qué libros leía?
A. R. Todo lo que caía en mis manos… Todavía ando buscando un folletín que leí de niño, La calle de la amargura, se llamaba, de un tal Revilla, y aunque lo he localizado, está en la Biblioteca de Cataluña, me apetece tenerlo… Ahora también suelo leer los libros que compro antes de venderlos, si alguno me gusta me lo quedo. Algunos autores, claro está, me han interesado más, Proust, Balzac, que he leído entero, Stendhal, Dostoievski…
C. R. ¿Está al día de las novedades?
A. R. Sí también, bastante… Empecé La sombra del viento, en la primera página pensé que tenía cierta gracia de literatura barata, pero luego no pude pasar de la segunda, no soporto sus incongruencias, qué burradas… Zafón no tiene ni idea de la Barcelona de la posguerra … El ángel triste de López Marinero me ha gustado más, aunque lo leí porque me interesan los ángeles y no sale ninguno…
C. R. Rabinad lleva su habitual gorra marinera de navegante solitario, el pañuelo rojo de capitán pirata anudado al cuello, luce barbas y melenas de rey Melchor en la cabalgata del pueblo… Su figura resulta más que peculiar en el mundo literario, que tiende a ignorarlo. Su nombre no aparece entre los componentes de la llamada generación de los 50 a la que por edad y formación pertenece, ni siquiera se ocupan de él los estudios dedicados a novela urbana barcelonesa tan de moda, aunque tiene adictos entusiastas, una minoría de rabinadianos, entre los que me cuento… Algunos conceden que es la cara oculta del planeta Marsé.
A. R. A mí me cae muy bien Marsé. Pero, ¿sabe lo que pasa? Siempre que hablan de mí hablan de Marsé y no al revés y esto me molesta un poco … Yo empecé antes que Marsé… Cuando volví de Venezuela en 1964, estaba Vicente Aranda esperándome en el aeropuerto y allí mismo, cambiando impresiones, me contó que había un chico que se llamaba Marsé y que sus libros se parecían mucho a los míos…
C. R. Publicó su primer relato en 1952 en la revista “Destino”, se titulaba El asombro, y ese mismo año su primera novela, Contactos furtivos, ganó el Premio Internacional creado por José Janés…
A. R. Escribí Contactos furtivos con 22 años y la presenté al Nadal y quedé finalista. Luego gané el Premio Internacional. En el jurado estaban Somerset Maugham, Eugenio D’Ors y Fernández Flores. Janés era un editor estupendo, un antecedente de Barral, pero la novela no pasó censura y tuvo que esperar a ser publicada, pero el dinero del premio sí lo cobré, significaba el total de lo que yo ganaba en dos años, 25.000 pesetas de entonces, para mí una fortuna…
C. R. Contactos furtivos fue reeditada en 1971, con un prólogo de Manolo Vázquez Montalbán, un prólogo muy elogioso, por cierto…
A. R. Vázquez Montalbán era una gran persona. Siempre me trató muy bien. Él y yo tenemos una procedencia semejante, los dos somos hijos de emigrantes en la Barcelona de la posguerra, sólo que él pudo ir a la universidad y yo no. Si no hubieran asesinado a mi padre estoy seguro de que él hubiera hecho lo posible para que estudiara… Con lo que ganaba mi madre trabajando en la harinera del Clot, cosiendo sacos, era imposible sacar adelante a la familia. Todos en casa tuvimos que arrimar el hombro. Yo no pude hacer siquiera el bachillerato…
C. R. Los Goytisolo arrastrarán toda su vida la ausencia de su madre. En la literatura de los tres hermanos de manera más explícita o velada se percibe el drama familiar… El retorno, el primer libro de José Agustín, está centrado sobre la muerte de Julia Gay, el año 1938, en un bombardeo en Barcelona… En su literatura me parece que también la muerte de su padre resulta fundamental y no sólo en sus libros más autobiográficos, El niño asombrado o en El hombre indigno…, aunque ideológicamente difirierais: usted se define como ácrata y él fue un monárquico conservador…
A. R. Mi padre era un hombre honrado, un campesino pobre de Aragón que estuvo en la guerra de África, allí ganó medallas y aprendió a leer. Vino a Barcelona como tantos otros para buscarse la vida. Era una persona de orden, pertenecía al somatén y a Unión Patriótica. Una noche del año 1937 vinieron a buscarlo los milicianos de la FAI y nunca volvió, lo asesinaron en una cuneta. Él no había hecho nada malo. Era el encargado de la empresa de lonas en la que trabajaba y a veces tenía que escoger peones para que le ayudaran… Le mataron aquellos a los que nunca escogió y no los escogió porque trabajaban peor que los otros. Mi madre sabía quiénes habían sido los asesinos pero murió sin querer decírmelo… tenía miedo de que yo, luego, de mayor les ajustara las cuentas… La guerra fue un horror y la posguerra una continuación de ese horror, era como estar en una cárcel, el país era eso, una inmensa cárcel, peor que una cárcel, porque en la cárcel tienes esperanza…
C. R. ¿No le sirvió de nada tener un padre vilmente asesinado, como se decía entonces?
A. R. ¡Qué va! Durante la posguerra nos hicieron pagar, pobres como éramos, a la hermandad de los excautivos… jamás nos dieron nada, excepto un paquete de lentejas… pero tuvimos que devolver la mitad porque vinieron a reclamárnosla…
C. R. De Antonio Rabinad, que llegó a sargento en la guerra de África pero que no quiso seguir en el Ejército, Antonio Rabinad hijo conserva como un talismán un pisapapeles. Es la bola mágica en la que le gusta leer el futuro, un futuro que el pasado contiene por entero. Somos memoria repite a menudo… y escribimos contra el olvido.
A. R. La literatura es mi particular madera de náufrago, si mi padre no hubiera muerto, mi vida hubiera sido distinta, también la de mi madre… mi madre lo pasó muy mal. Las mujeres sufrieron mucho en la posguerra. La mía estaba preocupadísima por mí, porque me pasaba el día leyendo. Te voy a quemar todos los libros, me dijo un día, después de soñar que me había muerto, y sin embargo yo le debía la vida a la literatura. La literatura fue mi salvación, ya te lo he dicho… Con el primer sueldo de oficinista me compré una Hispano Olivetti y con ella escribí: “Ser escritor es lo más importante que se puede ser”. José Antonio había dicho que ser español es lo más importante que se puede ser, y yo le remedaba.
C. R. Conozco a más de uno que dice que es español el que no puede ser otra cosa… aunque ahora desde que estamos en Europa el complejo de inferioridad parece diluido… ¿No cree? ¿Le interesa la política? En sus libros hay un tono de denuncia evidente. Un uso de la metonimia casi constante con la que se hace referencia a la obscenidad de la posguerra miserable, porque, como se observa en El hombre indigno, esos años terribles están contaminados de indignidad, una indignidad que tiene un referente religioso… Para los católicos todos somos indignos ante el Señor, usted mismo lo ha señalado, pero esa indignidad tiene además otra connotación, u otras que se avienen con el tópico de la humildad, por un lado, y por otra, con la ironía…, uno es indigno porque ha hecho de la dignidad un referente…
A. R. La política me interesa poco y el poder menos. Los políticos sólo me divierten en campaña electoral cuando aparecen pegados a la pared y colgados de los postes… Lo que ocurre es que siempre he escrito sobre la realidad, sobre mi entorno, sobre lo que he visto. Para escribir mi última novela, que no transcurre en el Clot como Contactos furtivos, El niño asombrado o El hombre indigno, he dado largos paseos por la ciudad fijándome en lo que todavía queda de mi época. Gran parte de esta obra transcurre en una casa de la calle del Carmen de Barcelona, entrando por la tienda El Indio… Para escribir El hacedor de páginas he tenido que adoptar un tono irónico a veces sarcástico…
C. R. Eso se nota. Por sus páginas deambula un tal Fiveller, remedo de un conocido escritor barcelonés con cargo editorial incombustible y una editorial, Satélite, léase Planeta, para la que Héctor Tortoledo escribe informes de lectura. Tortoledo, como Rabinad, se pasa la vida leyendo y mientras lee un manuscrito que debe valorar se da cuenta de que él a su vez forma parte del texto… El hacedor de páginas es su novela más cervantina y junto a Memento mori, la más metaliteraria. El hecho de que Tortoledo sea a la vez un aprendiz de escritor permite un constante juego de intertextualidades… Las citas se adhieren a la página y se camuflan con el resto de materia escrita. El inventario es extenso: Quevedo, Góngora, Sábato, Stendhal, Lezama Lima, Cortázar, etcétera, todo eso sin perder la marca de su estilo ni la ristra de catalanismos que suele usar, con las pelas por estandarte y las golfas, que no quieren decir tales, sino el desván y los escamarlanes que en Cataluña saben distinto a los camarones o como se llamen en castellano…
A. R. Sí, claro, yo soy de Barcelona y el castellano que se habla aquí no es el de Madrid, ni el de Teruel, tiene catalanismos que a mí me gusta incorporar… Me interesa trabajar la lengua, la lengua es un material muy frágil que hay que tratar con delicadeza. Hay que escribir lo mejor que uno pueda pero también tener algo interesante que decir y despertar las emociones de los lectores… Considero que el escritor es un orfebre del idioma. Trabajo con el lenguaje como un carpintero con la madera… Los escritores usamos un material misterioso…
C. R. Algo parecido asegura Barral que también prologó un libro suyo, Memento mori…
A. R. Yo admiraba mucho a Carlos. Gracias a él, que me publicó A veces a esta hora, regresé a Barcelona. En 1957 me había marchado a Venezuela, harto de la vida sórdida y miserable que se vivía en España. Allí trabajé mucho, hice guiones de seriales para la radio, viajé por todo el país vendiendo telas y gané bastante dinero. En Venezuela nacieron dos de mis hijos, pero apenas me quedaba tiempo para escribir, así que un buen día decidí volver al recibir una carta de Barral diciéndome que mi novela le había gustado… Barral era un gran editor…
C. R. ¿Es cierto eso de que vio el manuscrito de Cien años de soledad cubierto de polvo sobre la mesa del despacho de Barral, como ha contado en alguna ocasión?
A. R. Sí, sí… Barral decía que Cien años de soledad era un texto provinciano, sin interés…
C. R. Antonio Rabinad ha trabajado también para el cine como guionista y adaptador. Suya es la adaptación de Tiempo de silencio de Martín Santos. Su novela La monja libertaria fue llevada al cine por Vicente Aranda, con quien colaboró también en Las crueles y Fata Morgana. E igualmente escribió el guión de El crimen de Carmen Brotó, dirigida por Pedro Costa.
A. R. El cine es un experimento, quizá si no hubiera sido por mi amistad con Vicente Aranda nunca hubiera escrito nada para el cine. El cine es distinto de la literatura, hay que decir las cosas de un modo rápido… Hice muchos guiones, tengo muchos en casa aún por realizar, igual que novelas… tengo páginas y páginas escritas aún por publicar…
C. R. Está claro que usted es el mejor hacedor de páginas de cuantos pueda inventar. Y Rabinad se ríe, con una risa franca y despreocupada y me avisa para que mire el sol que, tras la ventana, se va poniendo azul y después intensamente rojo.
Entrevista publicada al diari “Avui” el 10/02/05 per Francesc Bombí-Vilaseca
Antonio Rabinad: “El lector és el segon autor del llibre, i no és el menys important”
F.B.V. Com definiria El hacedor de páginas?
A.R. Com una antinovel·la o una novel·la de novel·les. Jo ja havia escrit Memento mori, que m’ha donat una mica de nom. Aquella era una novel·la molt calculada, amb tot molt mesurat i que vaig escriure tan bé com sabia, la qual cosa tampoc vol dir gaire. Anava cada dia a treballar a un estudi i em passava tot el dia treballant-hi, i quan anava a casa sabia que ho havia fet tan bé com havia pogut, que no podia fer-ho millor. Allò era com una salvació, perquè havia tingut uns problemes de feina, fins al punt que li vaig dir a la meva dona: “Considera que m’he mort perquè ara escriuré la meva novel·la pòstuma”. Amb El hacedor de páginas és al contrari: vaig començar a escriure el primer capítol perquè sí, sense tenir cap ordre ni intenció clara, i ella mateixa es va anar fent, la vaig escriure de manera molt intuïtiva, o instintiva. Per a mi aquesta novel·la ha estat un misteri, a mesura que anava escrivint m’agradava més i més, em divertia molt. Crec que dins de mi hi havia un pòsit per haver estat tan putejat sempre per la vida i per la gent. Però a mi m’agrada escriure, i si em prenen això em quedo sense res. Al llibre hi ha dos homes que s’enfronten i juguen a fotre’s l’un a l’altre sense matar-se, perquè llavors el joc s’acabaria, i jo havia de jugar-hi, i se’m presentaven totes les escenes que jo havia vist durant la guerra. Jo era un nen, però vaig veure coses molt fortes, havia sentit i vist coses, i tot això em venia a la memòria quan escrivia i així es va anar formant aquest paquet fins que tenia cinc-cents folis i la novel·la encara no s’acabava i vaig decidir que calia acabar-la. Però després n’escrivia una altra versió, i la meva dona es preguntava per què l’havia tornat a escriure, i a casa s’anaven apilant versions de la novel·la, que són molts i molts folis, el revers dels quals aprofitaré per escriure el següent llibre, perquè si no és una ruïna. És una novel·la molt visceral, i un llibre escrit en un estat semiinconscient.
F.B.V. Hi ha dues parts, una molt estructurada en dos blocs i una altra en què tot es confon…
A.R. Tot gira al voltant d’Héctor Tortolero, que està llegint un llibre que no li agrada però n’ha de fer un informe. M’he divertit molt amb el personatge intentant etiquetar la novel·la i dialogant-hi. Caricaturitza el món de l’edició, i crec que el personatge és creïble, tot i que no té cap referent concret. Tampoc sóc jo mateix, tot i que tots els que escriuen un llibre tenen molt del que escriuen… És un pobre home que arriba a aquella casa sense saber on s’ha ficat, i tot passa com si fos portat per entitats invisibles. Ell és un tio fantasiós que arriba a Espanya i es troba un país diferent al que li havia explicat el seu pare, un anarquista exiliat, i no aconsegueix connectar amb ningú. Tortolero, Tortor, es dedica a fer feinetes editorials, escriure pròlegs, traduccions, correccions… Per alguna raó l’obsessiona el llibre i hi parla, fins que arriba un moment que el que passa al llibre es fon amb l’ambient en què ell viu. Això em va costar una mica, i vaig haver de parar atenció a aquells moments que no ens en adonem i estem parlant d’alguna cosa que passa al llibre que un llegeix i alhora al seu entorn. No sé si queda ben aconseguit, però vaig intentar que quedés clar. Aquella fusió de llibre i entorn són imaginàries, tot i que sembla que un sigui real i l’altre irreal. Res és el que sembla.
F.B.V. Però hi ha moments que el lector no sap què està passant…
A.R. No ho sap perquè ja s’ha entrat en un pla irreal, però això és perquè ho veiem des de l’òptica de Tortor, que cada vegada és més imaginatiu, fins al punt que els últims capítols el poso en un manicomi. Potser no estava totalment boig, però sempre estava ficat dins un món paral·lel. És en un centre psiquiàtric a Conxo, a Galícia, i un dels psiquiatres al llibre és Manuel Rivas. Però ell ho explica d’una altra manera, i troba casualment un parent gallec que el convida “com a becari” i li diu que allà estarà millor. Hi ha un capítol que explica que és feliç parlant amb l’arbre que ja han tallat, però ell segueix veient-lo. Al llibre també hi surten algunes persones que aprecio i admiro, i fins i tot dedico alguns capítols a alguns d’ells.
F.B.V. Com si fossin poemes d’un llibre de poemes…
A.R. Hi ha una certa voluntat lírica, perquè crec que la poesia ajuda molt i aprofundeix.
F.B.V. El lector pot fer amb la novel·la el que Tortor fa amb la novel·la que llegeix a dins del llibre: hi dialoga i la critica…
A.R. Cada tros està pensat de la manera que crec que encaixa millor amb tots els altres. Tots formen una mena no de missatge però sí d’explicació del que està passant. La imaginació de Tortor ho altera i modifica tot, però al final del llibre es descobreix el que està passant en realitat: una cosa tan sòrdida i miserable com l’assalt a dues pobres velletes que volen fer fora de casa per enderrocar-la i edificar-hi un edifici de set plantes, és la cosa porciolista que passa i això ho explica molt bé l’article fictici de Huertas Claveria, que vaig imitar tan bé com vaig saber.
F.B.V. Què n’ha dit Huertas?
A.R. Jo li vaig dir que ho faria, i ell va dir que endavant… No em va ni demanar que li enviés abans de publicar-lo. És un home meravellós, i en algun moment que vaig tenir alguns dubtes sobre aquesta història immobiliària, que és el veritable nus del llibre, em va ajudar i per això fora de l’article també el cito juntament amb Lluís Permanyer, José Martí Gómez i Manuel Vázquez d’Artagnan [sic] com alguns dels que paraven una mica aquesta situació.
F.B.V. I continua molt semblant…
A.R. Sí, i com pot ser? Estem deixant de ser humans, hauríem d’intentar de recuperar el camí normal. Sempre al darrere de la pesseta, sempre rere la putada… No crec que això pugui seguir sent així, i tinc la impressió que aquí algun dia passarà alguna cosa. No una matança, perquè no en trauríem res, sinó que la gent trobarà el camí i es produirà una espècie mística i la gent viurà millor sense matar-se els uns als altres.
F.B.V. La novel·la situa en paral·lel els dos bàndols de la Guerra Civil i els seus excessos… Tortolero és fill d’un anarquista exiliat i la novel·la que llegeix tracta de dos burgesos que intenten salvar la pell davant dels milicians…
A.R. Jo tant parlo malament dels uns com dels altres, no tinc cap tendència, sóc absolutament imparcial, com les bombes. El llibre és una denúncia contínua contra personatges, contra situacions, contra tot, contra el mal del món, que és a dins del nostre cor.
F.B.V. ¿Cada home du una dona a dins, com diu al llibre?
A.R. Sí, i tant. No sempre surt a fora, però de vegades sí que ho fa. Caldria remarcar-ho, perquè un home sempre home seria un monstre. L’home té totes dues condicions, masculina i femenina, però el que passa és que, normalment, només opera amb una.
F.B.V. És una novel·la molt literària: el que passa només es pot entendre llegint-ho…
A.R. Sí, tot i que, com diu Tortor en un moment, amb la imaginació tot és possible. La literatura també existeix i també és vida. Som éssers mentals, som memòria i imaginació. A part de la cosa física que és transportar materials cap aquí i cap allà, discutint, enganyant-nos, que és la part animal de l’home, la part realment bona, la invisible i que és la més real és la que val. Quan l’home invisible de Tortor li insinua que Humphrey Bogart era germà d’un anarquista espanyol…, jo mateix em pixava de riure…, però la justificació que tenia el personatge i la meva és que amb la imaginació tot és possible.
F.B.V. També hi ha unes notes de l’editor molt divertides…
A.R. També tenen certa tendència irònica, és una conya contínua. Són apunts…
F.B.V. Paul Auster també fa servir les notes a peu de pàgina en la seva última novel·la…
A.R. La nit de l’oracle? La vaig comprar de saldo fa poc però encara no l’he llegida. Auster al principi em va agradar molt, però ara no tant, perquè arriba un moment que em cansa, amb tant d’atzar i sempre dient el mateix. Però és dels pocs que em prenc seriosament, en el sentit que ha llegit i no fa novel·les d’aquelles que són absolutament paranormals per a mi, com L’ombra del vent, que vaig començar a llegir-la però a la meitat de la segona pàgina hi vaig trobar alguna cosa que no em va agradar i la vaig deixar. Jo tinc molt bona voluntat, ho llegeixo tot i procuro compenetrar-me amb l’escriptor, però fins a cert punt. Tampoc puc llegir el Coelho, ni tanta altra gent com Pérez Reverte i d’altres, tot i que guanyen diners…
F.B.V. “Tampoc jo entenc el que escric. Les antigues i sagrades paraules […] el meu deure és col·locar-les una al costat de l’altra, formar línies, fer pàgines i confiar que la foscor s’il·lumini, el sòrdid se santifiqui i tot comenci a ser intel·ligible. Perquè el llenguatge no em pertany, sóc jo qui pertanyo al llenguatge. Si el que escric no és una comunió, per a què serveix?”, diu el narrador.
A.R. Això defineix Tortor i en general defineix qualsevol escriptor i la meva relació amb la literatura. Em sento responsable d’això que he escrit, m’hi veig reflectit, encara que pugui semblar una mica ingenu. Jo no sóc un novel·lista que treballi d’una manera prefabricada, sóc un home que escric el que li surt, i si no m’agrada torno a escriure-ho, i si no m’agrada hi torno, i és així. Per això dic que sóc “el que fa pàgines”. Tots els personatges que surten al llibre tenen un angle irònic, estan abocats a un mirall còncau o convex. He disfrutat molt escrivint aquest llibre, sobretot quan la casa en el passat es transforma en un bordell. “Tots follen menys jo”, diu Tortor, i aquest és el seu sentiment de rancúnia, ell és un masturbador… Però pensa en el que passava durant la guerra. Al llibre el temps passat s’entrecreua amb el present, desapareix la noció temporal, és una novel·la atemporal, potser.
F.B.V. Escriu com Tortor amb una ‘Felipa’ Underwood?
A.R. A la meva joventut sí, ara ja no. Em va passar una mica com al Manolo Vázquez Montalbán. Quan el seu pare li va regalar una màquina semiportàtil, a me n’havien regalat una en la mateixa situació. En el seu cas crec que era una Corona Smith, i la meva una Hispano Olivetti. Amb el primer sou que vaig guanyar a l’oficina, un lloc on no volia anar ni tornaria mai, abans mort, la meva mare em va dir que em comprés la màquina que em feia tanta il·lusió, i això que els diners ens feien molta falta. Amb aquella màquina ja em vaig posar a escriure! L’home ha pogut ser home perquè ha tingut unes mans dúctils. La màquina em va prolongar les mans, es va convertir en part de mi, i amb ella jo podia arribar a àmbits més amplis.
F.B.V. Hi ha força pàgines que semblen sortides d’una novel·la eròtica, porno fins i tot, amb un catàleg de perversions…
A.R. Sí, la novel·la té un fons morbós molt important. Però es poden dir coses molt pitjors… Algun cop llegeixo, o he llegit, aquest tipus de novel·les i realment em repel·leixen, però en canvi aquí està dit dins d’un context que ho justifica. El llibre té una gran càrrega eròtica, com a projecció d’aquest home que té una pulsió sexual desmesurada. A part d’això, hi ha al fons la situació en què són aquelles senyores, que han viscut en un bordell i s’han quedat congelades en el temps i viuen de qualsevol cosa.
F.B.V. La novel·la que llegeix Tortolero s’ha de presentar al premi Satélite…
A.R. És per posar les coses al seu lloc. Aquesta és una novel·la plena de complicitats i d’ecos, amb molts nivells de lectura, i a mi m’agrada. És un pandemònium de veus i situacions, però després d’haver-lo llegit un pot fer-se bé la idea de què està passant, perquè hi ha coses que passen diverses vegades. El lector està obligat a seguir la novel·la, encara que l’hagi pagada, que treballi, no l’hi dono tot fet. El lector és el segon autor del llibre, i no és el menys important.
F.B.V. La novel·la passa a Barcelona, però no s’hi parla gaire català. En canvi, l’autor de la novel·la dins la novel·la fa moltes catalanades escrivint en castellà…
A.R. Les catalanades hi són perquè l’autor que estic imitant les fa. Les frases en català potser acabaran sent un problema si alguna vegada tradueixen el llibre… Algú em va dir que aquesta novel·la té una amplitud europea; doncs a Europa hi ha quaranta llengües. Em va sorprendre que m’ho diguessin perquè les meves novel·les sempre passen a Barcelona, sóc barceloní al cent per cent, però escric en castellà, i es veu que a Barcelona parlen català… És el meu problema, però jo escrivia quan s’havia d’escriure en castellà, i no vaig aprendre bé el català. Això no vol dir que no em senti al cent per cent català, com demostren els meus llibres. Estaria encantat que els traduïssin al català.
F.B.V. ¿Un escriptor català que escriu en castellà s’ha d’excusar per no escriure en català?
A.R. Doncs és veritat, jo m’he d’excusar, en aquest sentit. Ja en vaig escriure un article en una ocasió: jo escric en castellà i prou. No es tracta de política lingüística, escric en castellà perquè la meva mare, que era aragonesa, em parlava en castellà i la meva mare és com la meva pàtria.
F.B.V. Quin creu que és avui el paper de la literatura?
A.R. Jo sóc un escriptor marginal, el que vull és escriure al marge de la literatura i escric com puc. Crec que cal respectar la literatura i no ha d’utilitzar-se per treure rotllos melodramàtics. Evidentment hi ha una classe de públic que els necessita, i així s’explica que novel·les absolutament mediocres, que no valen res ni aporten res a la literatura, tinguin vendes de cent mil exemplars o més. Doncs molt bé, jo escriuré i només que em llegeixi un lector em sentiré satisfet.
Article publicat a “El País” el 19-02-2005 per Jordi Gràcia
Resonancias, correspondencias
La valentía literaria de Antonio Rabinad es legendaria, aunque el porcentaje de enterados de la primicia tienda a ser más bien exiguo. Es una injusticia estricta, pero esas cosas pueden repararse con buena fe y un poco de humildad. La valentía viene de muy atrás y está inverosímilmente intacta porque Rabinad no ha perdido ese nervio de escritor que busca y explora, que indaga y no se resigna más que a hacer las cosas de un modo rigurosamente propio y por tanto difícil: desde aquella atrevida novela que fue en los años cincuenta Contactos furtivos (y que tanto quiso un personaje más, de los muchos citados o disimulados que hay en esta novela de hoy, Manuel Vázquez Montalbán), hasta un libro de memorias potente, distinto, original, muy literario y muy verdadero desde el título mismo: El hombre indigno. Una vida de posguerra. Lo publicó en editorial Alba, en 2000, que fue la misma que tuvo el pronto feliz un poco antes de reeditar su gran novela Memento mori, clásico sin discusión, y todavía he de añadir un librito menudo e irresistible, que me parece que nadie ha vuelto a editar desde 1967 y es del catálogo de la misma Lumen, El niño asombrado, capaz de robar el corazón al más híspido y harto lector de materiales de la posguerra. O sea, otra vez la posguerra, como Faulkner una y otra vez en el sur y la negritud y Benet construyendo Región, y Marsé siempre volviendo a casa… El basta ya le llegará a la guerra y la posguerra, no hay duda, y será saludable que arrumben con ella, pero mientras tanto, mientras viven quienes recuerdan y saben, y saben escribir, podrán leerse novelas de la originalidad y brillantez de la que ha escrito ahora Rabinad. No se ha ido de la línea exploradora y semiexperimental en que anduvo con Memento mori, y el mimo de la prosa la hace húmeda, sensorial, barroca a ratos, siempre densa de destellos y matices, de comparaciones nuevas, de pliegues que abren pero no cierran. Su mundo literario ha solido moverse, y ahora también, arrastrado por la rara, amplia, oscilante banda ancha que comparten la realidad y la imaginación. En ese espacio de ficción en conflicto con lo real racional, encuentra su voz más persuasiva y también difícil: en ese entrechocar de perspectivas complementarias, de voces que acuden al relato desde lugares sin identificar, de hechos o sucesos soñados o imaginados, o sólo contados en escorzo y lentamente perfilados por el lector a medida que completa, sin llegar nunca a completar del todo, lo que pudo suceder a unos cuantos personajes en un entorno turbio, de erotismo furtivo y mórbido, en plena guerra y dentro y fuera de un burdel barcelonés de los comunistas donde hoy, en 1989, se aloja un corrector que lee manuscritos para el premio Planeta y a quien uno de los manuscritos, más la casa misma, y su propia fantasía, añadida a la del Rabinad, ponen en danza a veces macabra pero también liberadora, burlona, incluso justa. Historias puede que reales que se hacen fantásticas en las cabezas de quienes las viven, porque las cuenta quien las averigua: conjeturas que quedan porque se heredan y pasan de voz en voz, como sucede en el romancero, o de libro en libro, como hace Rabinad retomando personajes de otras novelas suyas, como el Rubio o La monja libertaria que ya noveló en 1981. El ancla de esta novela no está en la Barcelona de la guerra, ni en la trama de una traición (que existe), sino en fabular la experiencia del pasado según la tradición faulkneriana, mezclada aquí con retazos de folletín y novela gótica de misterios -una casa grande con desvanes y pasillos, con brumas y personajes estrafalarios-, con citas cinematográficas y alusiones privadas llenas de sorna y humor burlón y callejero, muy de Rabinad, y todo convive con la parodia a ratos feroz de una editorial que se parece mucho a Planeta, de un personaje siniestro que se llama Antonio Comas, como el ex consejero de la Generalitat catalana, de un sujeto que lo ha leído todo y es como Pere Gimferrer, y hasta sale el marino del mercado que uno sabe sin duda que encontrará cada domingo en el mercado de libro viejo de San Antonio en Barcelona, y es el autor de un buen puñado de libros perdurables: Antonio Rabinad.
Article publicat a “La Vanguardia” el 26/01/05 per Xavier Ayén
Últimas noticias de Rabinad Antonio
Rabinad, con su aspecto de viejo lobo de mar, parece recién llegado del islote de los olvidados en ese proceloso océano que es la historia oficial de la literatura. Este barcelonés del Clot -compañero de generación de Carlos Barral, Gil de Biedma, Juan Marsé y García Hortelano- exhibe una encomiable forma narrativa en El hacedor de páginas, su última novela, en la que narra las peripecias de Héctor Tortolero, de profesión sus trabajillos editoriales en la Barcelona franquista. Rabinad, nacido en 1927, habla con un tono de voz humilde pero agudo -a lo Paco Candel-, y explica, como quien no quiere la cosa, que ha ido realizando esta obra de más de 600 páginas en la que alterna múltiples registros, “sin saber qué pretendía, simplemente divirtiéndome”. El libro contiene múltiples guiños al mundo editorial, no en vano su autor fue director literario de Seix Barral y ha desempeñado las más variopintas ocupaciones en el mundillo. Ese es también el caso de su protagonista, al que encomiendan la lectura de originales, y en concreto de una novela que se presenta a un denominado premio Satélite. Dicho mecanoscrito se ambienta en la Barcelona de 1936, en la que “dos hombres tratan de redimir su pasado burgués en medio del imperante revanchismo anarquista”, y alguien busca el celebérrimo oro de Moscú a partir de las vagas afirmaciones de su padre al respecto. El lector va oscilando de una novela a otra -la que lee Tortolero y la historia de su propia vida-, en un juego que a Rabinad le permite parodiar un estilo “a lo Eduardo Mendoza” y alternarlo con su propia voz, a ratos onírica, a ratos realista o con un toque gótico. ¿Una añagaza para atraer al tiempo al público y a la crítica?, le preguntamos. “Eso quisiera, pero en realidad es un recurso que consigue proporcionarme mucha libertad para jugar”, responde. Ese espíritu lúdico y libérrimo es lo que ha motivado que, en ocasiones, aparezcan interpelaciones al lector o que el narrador apunte algunas alternativas estilísticas a lo que se acaba de leer. “Si la novela se me iba hacia algo muy aventurero, por ejemplo cuando en una librería se abre una puerta secreta que conduce a un pasadizo, de repente lo detengo todo y me voy por otro camino”. Rabinad, hijo de un encargado portuario fallecido en la Guerra Civil, es autor de obras como Los contactos furtivos (1949), A veces, a esta hora (1965), El niño asombrado (1967), Memento Mori (1989) o la autobiográfica El hombre indigno (2000). Ha traducido a autores como Dostoyevsky o Victor Hugo, y ha escrito el guión de películas como Tiempo de silencio o Libertarias. Ahora prepara una novela ambientada en el siglo XIX y comenta que, con su última obra, “me he fastidiado la vista. Me he tenido que operar de cataratas a causa de las radiaciones maléficas del MacIntosh con que he escrito este libro. Era un ordenador antiguo que me prestó Carmen Balcells, pero la pobre no tiene culpa de nada, porque fui yo el inconsciente, me pasaba más de diez horas diarias sin ningún filtro de pantalla. Es que he escrito demasiadas páginas; imagínese: más de 600 pero multiplicadas por once, que son las veces que he rehecho la novela. ¿Sabe usted el papel que supone eso? Yo sí, porque me lo he guardado para escribir por la otra cara, que los folios son caros”.
Entrevista a Antonio Rabinad publicada al diari “Avui” per Pere Tió
“Sempre he fet les coses d’una manera clandestina”
Antonio Rabinad (El Clot, Barcelona,1927) recorda la supervivència al caos de la guerra i a l’ordre de la postguerra en el llibre memorialístic El hombre indigno, que publica Alba Editorial. Diari místic o retrat generacional, l’autor de Memento Mori descriu la Barcelona en temps de silenci. “Els temps dolents, vistos amb l’oripell de la nostàlgia, semblen més bons o no tan dolents”
P.T. Per què un home indigne?
A.R. Havia pensat l’home indignat. Però com que és la continuació d’El niño asombrado, el títol El hombre indignado produïa una falsa rima. Per tant, vaig triar El hombre indigno, que és un títol irònic, evidentment, perquè aquesta suposada indignitat ve de l’astorament i l’estupefacció que causa comprovar que tothom està d’acord amb tot allò amb què tu estàs en desacord. Llavors penses que ets una persona anòmala, indigna. També podríem trobar una altra connotació, que jo crec més vàlida: el meu llibre, en definitiva, a més de poder-se qualificar de memòries, és fonamentalment un diari místic. És l’evolució d’un caràcter, per no dir d’una ànima. En els llibres de mística, recordi, per exemple, La Mística Ciudad de Dios, de sor María Jesús d’Ágreda, acaba dient que esta escrit “per aquesta indigna abadessa del convent de la villa d’Ágreda”. Jo també em sento indigne en aquest sentit.
P.T. El que realment sembla indigne és la dictadura de Primo de Rivera, la Guerra Civil i, sobretot, la postguerra.
A.R. És cert. Aquest home assumeix la seva indignitat, però no hi ha dubte que el que contempla és d’una obscenitat absoluta i total. Hi ha un moment del llibre en el qual un policia puja a un tramvia, descobreix que un passatger no porta bitllet, que s’ha colat, i li dóna bufetades. Això ho he viscut personalment. Ningú m’ho ha explicat. Ha passat davant meu i m’he sentit tan humiliat com si m’haguessin donat la bufetada a mi. La resta de passatgers que ho van presenciar, van callar, però es van sentir tan humiliats com jo. Aquestes coses passaven contínuament.
P.T. ¿La nostàlgia endolceix el passat?
A.R. És evident que, malgrat aquests temps absolutament dolents, vistos a través de l’oripell de la nostàlgia, semblen més bons o semblen no tan dolents. I això que eren pitjors de com els recordem. Però és veritat que vistos a través de la nostàlgia semblen millors del que eren en realitat. Jo m’hi resisteixo, perquè no es pot oblidar que va ser una època funesta.
P.T. ¿La infància i la juventut són els paradisos perduts, malgrat les circumstàncies?
A.R. Les il·lusions hi eren, perquè malgrat tot la gent somiava. Somiàvem ajudats per la màgia del cinema, en el meu cas. També pels llibres, la droga i les cançons de l’època.
P.T. El seu pare era sometent, monàrquic i d’Unió Patriòtica. El van afusellar durant la guerra per conservador.
A.R. Era un home eminentment d’ordre. Té una explicació: va anar a l’exèrcit i va aprendre a llegir i escriure. Era un pagès que va arribar a Barcelona amb els seus pares, analfabets, i el van enviar a l’Àfrica. Va aconseguir que no el matessin,també va aconseguir un parell de medalles, que les tinc guardades, i va aprendre de lletra. A més, quan va tornar, l’havien proposat per a sergent. Però ell no va voler continuar la carrera militar. Era un home molt honrat. Des de la seva perspectiva de camperol, que havia abandonat la seva terra per poder progressar, s’entén la seva actitud conservadora.
P.T. Per què no van aprofitar amb Franco explotar la situació de víctimes de la guerra?
A.R. Nosaltres no en vam treure res. És més, al damunt que no ens van donar res, encara vam haver de pagar uns rebuts trimestrals per ser accionistes de la societat d’excautivos, que la meva mare pagava amb gran dificultat.
P.T. Van rebre d’un bàndol i de l’altre…
A.R. Una persona més espavilada hauria insistit més, s’hauria bellugat. Perquè jo per als franquistes tenia un mèrit: era fill de caído. Però no tenia barra. Només teníem gana i dignitat. Res més. No estàvem disposats a demanar res ni que ens donessin res que no mereixéssim per nosaltres mateixos. M’haurien pogut ajudar a entrar a la Universitat, do-narme una beca.
P.T. Escriu: “Hemos sobrevivido al Caos. ¿Podremos sobrevivir al Orden?”
A.R. És evident que vam sobreviure a l’ordre de la postguerra, però amb més dificultat que al caos de la guerra. Perquè el caos tenia una certa resplendor. Era l’horror, però net i obert. Podies ser destruït en un segon per una bomba. Però la segona etapa de l’horror, la postguerra, va ser molt més sòrdida, perquè es produïa de nit, d’amagat. Afusellaven gent, mentre d’altres eren empresonats. Recordi la cançó: Què volen aquesta gent que truquen de matinada? Tot això estava molt present. Tot això estava passant.
P.T. La seva prosa flueix sola.
A.R. Crec que s’ha d’escriure amb una mena de cal·ligrafia invisible. Que no es vegi. Sovint trobo llibres que considero molt bons, però que contínuament t’entrebanques amb les paraules. Malgrat ser paraules belles i col·locades perfectament fan com si caminessis per un carrer empedrat, per un carrer de Praga, que encara hi ha llambordes. Et recorden contínuament que camines. L’ideal és lliscar per l’escriptura sense adonar-te que estàs llegint i, a poc a poc, aconseguir que el lector es submergeixi en el mateix que tu has imaginat. Això és el que intento fer i és el que trobo tan difícil.
P.T. Stendhal era un mestre.
A.R. Cert. Però Stendhal, malgrat tot, tenia un cert manierisme, veia una realitat a través d’un vidre policromat. La seva escriptura es nota una mica. Si hagués de posar un exemple d’un autor amb una tècnica que m’agrada citaria Jules Renard, que va escriure Poil de carotte. És un escriptor poc conegut i, malgrat tot, és extraordinari.
P.T. Publica els primers contes a ‘Destino’. Com hi va arribar?
A.R. Vaig escriure una carta a Josep Pla, per suggeriment de Josep Vergés. Em va respondre amb una carta meravellosa, escrita a mà, que tinc guardada i que un dia d’aquests l’emmarcaré per-què és una meravella.
P.T. Aquesta anècdota no l’explica en les seves memòries.
A.R. No l’explico, no. Espero que hi hagi una reedició del libre i m’he de guardar alguna cosa per llavors. No diré el que deia Pla, perquè em sembla un acte vanitós. Era una carta estupenda i immerescuda.
P.T. Sempre ha tingut la necesitat d’escriure?
A.R. Sempre he sabut que, bo o dolent, era escriptor. Escrivia perquè era el que m’agradava i perquè era el producte natural de llegir tants
llibres. Va arribar un moment que per mimesi havia descriure. A Destino, Josep Vergés em va preguntar si tenia contes i que els hi portés. Me’ls va publicar tots. Però Vergés també volia que fes reportatges. M’hi vaig re-sistir, perquè volia fer el que m’agradés i no haver d’acceptar encàrrecs.
P.T. Potser ens hem perdut un gran periodista?
A.R. Vaig tenir obertes les portes de Destino, com un dia va dir Manuel del Arco, el periodista més important de l’època.
P.T. Ha preferit anar per lliure?
A.R. Em temo molt que sí. Potser per cautela. Sempre he fet les coses d’una manera clandestina.
P.T. El 1952, Los contactos furtivos va rebre el Premi Internacional de Novel·la amb problemes de censura.
A.R. El que em va frustrar va ser que, després de guanyar el premi, no vaig cobrar immediatament els diners. A més, el llibre no es va publicar fins tres o quatre anys més tard. El motiu del retard va ser la censura. Un dels censors va enviar una carta a l’editor Josep Janés, en la qual deia una frase molt cèlebre: “Rabinad pot ser tan bo com diuen Somerset Maugham i Eugeni d’Ors [membres del jurat], però la moral d’un poble és superior a la seva literatura”.
P.T. Va ser molt retallada la primera edició?
A.R. Va sortir amb uns retocs impressionants. Vam haver de batallar molt. Van censurar algun capítol sencer, vaig haver de tallar molts paràgrafs, etc. L’edició realment íntegra va ser la tercera, publicada per Bruguera, amb un pròleg, per cert extraordinari, de Vázquez Montalbán.
P.T. A la seva vida ha trobat molts UHP, els ‘Universales Hijos de Puta’, com vostè els qualifica al seu llibre?
A.R. Moltísims. He, he, he. La meva vida ha estat molt moguda i, per tant, he trobat molts UHP. I no només a Espanya, sinó a França, Veneçuela, Anglaterra… A tot arreu. He voltat molt i me’ls he trobat arreu. Sempre he tro-bat el tio despòtic, que et vol manar, que et vol utilitzar. Un tio per mi totalment repulsiu. Hi ha persones que s’aprofiten dels altres i, a més, ho troben un dret totalment natural. Cal resistir- s’hi.
P.T. Es va enfonsar el 1976, quan el van fer fora com a director literari de Seix/Barral?
A.R. Pocs dies abans d’aquest acomiadament visceral, un dels propietaris de l’empresa, Rahola, m’havia felicitat públicament en el consell d’administració. Va dir que no hauria pensat mai que amb la literatura es poguessin guanyar tants diners. Jo no he guanyat mai diners amb els meus llibres, però n’he fet guanyar a d’altres. Però, quan em van despatxar, em vaig trobar damunt de la pasarel·la d’un vaixell on els pirates col·locaven els dissidents, amb els ulls embenats, invitant-los amb el sabre a llençar-se al mar. Aquesta era la meva situació. Però tot això ja ha passat. I la persona que em va fer això em va fer un gran favor, perquè em va permetre escriure Memento Mori.
P.T. Aquesta novel·la li ha canviat la vida com a escriptor?
A.R. Memento Mori és un llibre curiós. El vaig escriure mentre em van durar els diners de la indemnització. Quan vaig acabar el llibre no em quedava ni un cèntim. Però jo creia que havia escrit un llibre per damunt dels que havia fet fins aleshores, si més no diferent, i que em solucionaria part dels meus problemes. Però mai vaig trobar Memento als aparadors o a les llibreries, perquè va fer fallida en aquell mateix moment l’editorial Argos, que patrocinava la col·lecció. O sigui, vaig escriure un llibre durant quatre anys, treballant matí i tarda, dies festius inclosos, i va ser com si tota aquesta feinada es tirés al mar. Fins que d’una manera miraculosa, com una cosa del destí, em van trucar del Circulo de Lectores perquè volien publicar un llibre meu. Els vaig oferir Los contactos furtivos. L’editora d’aquell moment, Pilar Daniel, em va respondre que volien Memento Mori. Aquest fet va salvar el llibre. Després va sortir la tercera edició, i definitiva, a Alba Editorial, amb el pròleg de Carles Barral.