Harold Bloom, uno de los críticos literarios más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, recibió ayer el XIV Premi Internacional Catalunya, dotado con 80.000 euros, de manos del presidente de la Generalitat durante una solemne sesión celebrada en el salón de Sant Jordi. El ensayista norteamericano, que ha sido galardonado por su labor promotora de la literatura -y en especial por su orientador libro “El canon occidental”-, pronunció ayer un discurso en el que hizo una breve semblanza de cinco escritores de las letras catalanas por los que afirma sen-tir un aprecio especial: Ramon Llull, Salvador Espriu, J.V. Foix, Mercè Rodoreda y Joan Perucho (presente en el acto). Previamente, el crítico definió en tono irónico y escéptico los futuros modelos de la narrativa y apostó por la recuperación de lo sublime, de la imaginación y del genio individual del escritor como antídoto a la paradoja que ocasiona la era de la información, en que todoel mundo tiene acceso al conocimiento pero nadie a la sabiduría. Harold Bloom plantea la posibilidad de que se esté volviendo a una nueva novela de caballerías, como en época de Cervantes, en que todo el mundo sabe de todo y nadie es sabio en nada. Al cerrar el acto, el president Jordi Pujol agradeció a Harold Bloom su dedicación a la cultura catalana.
Con Harold Bloom en Barcelona
Antes, al pensar en Falstaff, la primera imagen que a cualquiera le venía a la cabeza era la de Orson Welles en Campanadas a medianoche. Desde que hace unos meses, en una entrevista a este periódico a propósito de su Shakespeare, la invención de lo humano, Harold Bloom comentó entusiasmado que por fin había logrado subirse a un escenario e interpretar al portentoso bufón shakespeariano, cada vez que se piensa en el personaje se lo imagina uno con la cara del gran crítico norteamericano.
Orondo, de rostro melancólico pero actitud jovial, profundamente humano, afable, juguetón, agudo, amante de la literatura y los placeres, Bloom es ese Falstaff que dice “no sólo soy ingenioso, sino la causa de que haya ingenio en los demás”. Viste con ese aire campechano que sólo los norteamericanos cultivados saben llevar con dignidad: corbata desanudada, camisa desabrochada y unos tirantes con los colores del Barça que se compró en Oporto y que se ha puesto aquí por pura casualidad.
Lo recogemos en el Pati dels Tarongers de la Generalitat y junto con su esposa nos vamos a dar una vuelta en coche para enseñarles cómo ha cambiado la ciudad desde que estuvieron por primera y única vez en 1959, hace ya cerca de medio siglo. A la pregunta de qué le está pareciendo la Barcelona actual, responde Bloom con ironía: “Bueno, hasta ahora sólo he visto periodistas”. Pero él y su mujer han hecho ya alguna escapada para ver edificios de Gaudí y comentan lo escandalizados que están con los añadidos de la Sagrada Família, que es lo que más vivamente recordaban de su anterior visita. “No es que esté en contra de que se acabe la catedral, pero los añadidos resultan tremendamente pesados en comparación con el carácter etéreo de lo construido por Gaudí”, asegura Bloom.
Recorremos el puerto, la Vila Olímpica y el puerto olímpico, pero Bloom está desfallecido y pide comer con urgencia. Por momentos parece que pueda caerse en redondo por falta de alimento, así que recalamos en un restaurante frente al mar y, después de ingerir con avidez su primer plato, el crítico resucita y empieza a rememorar su viaje por España en 1959.
Bloom y su esposa llegaron a Madrid procedente de París y durante el trayecto en tren se encontraron con la primera sorpresa. Viajaban en segunda clase y de camino al vagón restaurante descubrieron al pasar por los compartimentos de primera que allí sólo viajaban “fascistas, eclesiásticos y militares con pistolas en la cintura”. De Madrid les dejó perplejos la miseria y la cantidad de soldados y policías con ametralladora. Barcelona, en cambio, les pareció “más europea, aunque también se veía a la gente muy infeliz”. Ahora están admirados: “La ciudad está irreconocible, es mucho más próspera y vital”.Bloom pasa entonces a hablar de los escritores españoles que ama: Cervantes, Fernando de Rojas, Góngora y Unamuno, del que cita de memoria un fragmento; y asegura que también conoce la obra de autores vivos como Mendoza y Marías. De la literatura catalana destaca “La plaça del Diamant” de Rodoreda, “un libro muy conmovedor”, además de “un gran retrato de Barcelona”. Y está muy ilusionado con el inminente viaje a Mallorca en busca de las huellas de Llull.
Sabio a la antigua usanza, de los que ya no quedan, enciclopédico, perspicaz y apasionado, Bloom se interesa por todo y bombardea a preguntas a sus interlocutores: “¿Qué escritores es